Desde el destierro; Único poema conocido de Lenin
Único poema conocido de la autoría de Lenin, escrito en la primavera de 1907 durante su refugio en la aldea llamada Selvista en Finlandia. Este poema estaba firmado simplemente por “Un ruso” e iba dirigido a publicarse a la revista ginebrina, Raduga (Arcoiris), lo que resultó imposible por la cancelación de dicha revista.
Borrascoso año aquel.
Los huracanes sobrevolaban el país entero.
Se desataban los nubarrones
y sobre nosotros se precipitaba la tempestad,
el granizo y el trueno.
En los campos se abrían heridas,
y en las aldeas, bajo los golpes del azote terrestre,
estallaban los rayos, redoblaban con violencia los relámpagos.
El calor quemaba sin piedad los pechos oprimidos,
mientras el reflejo de los incendios alumbraba
las tinieblas mudas de las noches sin estrellas.
Trastornados los elementos y los hombres
los corazones oprimidos por una inquietud oscura,
jadeaban los pechos de angustia
y se cerraban sus resecas bocas.
Por millares los mártires han muerto en tempestades sangrientas,
pero no han sufrido en vano.
Ellos, que han llevado su corona de espinas,
por los reinos de la mentira y las tinieblas,
entre esclavos hipócritas,
han pasado con trazo de fuego,
como antorchas del porvenir,
han grabado con un trazo indeleble,
la vía del martirio ante nosotros.
Estampando el sello del oprobio en la carta de la vida,
sobre el yugo de la esclavitud y la vergüenza de las cadenas…
El frío arrecia. Las hojas se marchitan y caen,
y cogidas por el viento se arremolinan en una danza macabra.
Se acerca el otoño gris y pútrido,
lagrimeante de lluvia, sepultado de barro negro,
mientras la vida se hizo detestable y opaca para los hombres.
Vida y muerte les fueron igualmente insoportables,
les rondaron sin tregua la cólera y la angustia.
Fríos, vacíos y oscuros como sus hogares, sus corazones,
y de pronto ¡la Primavera!
Primavera en pleno Otoño putrefacto.
La Primavera Roja descendió sobre nosotros,
bella y luminosa como un presente de los cielos
al país más triste y miserable,
como una mensajera de la vida.
Una aurora escarlata como una mañana de mayo
se levantó en el cielo empañado y triste,
el sol rojo centelleante, con la espada de sus rayos
perforó las nubes, derruyendo la mortaja de la bruma.
Como el fuego de un faro en el abismo del mundo,
como la llama del sacrificio en el altar de la naturaleza,
encendido para la eternidad por una mano desconocida,
trajo hacia la luz los pueblos adormecidos.
Las rosas rojas nacieron de la sangre ardiente,
flores de púrpura se abrieron,
y sobre las tumbas olvidadas
se trenzaron coronas de gloria.
Tras el carro de la libertad,
blandiendo la Bandera Roja,
fluían multitudes semejantes a ríos,
como el despertar de las aguas en la primavera,
los estandartes rojos palpitaban sobre el cortejo.
Se elevó el himno sagrado de la libertad
y el pueblo cantó con lágrimas de amor
una marcha fúnebre para sus mártires.
Era un pueblo jubiloso,
su corazón desbordaba de esperanzas y de sueños,
todos creían en la libertad que sobrevendría,
todos, desde el sabio anciano hasta el adolescente.
Pero el despertar sigue siempre al sueño,
la realidad no tiene piedad,
y a la beatitud de las ensoñaciones y la embriaguez
le sigue siempre la amarga decepción.
Las fuerzas de las tinieblas se agazapaban en las sombras,
reptando y silbando en el polvo esperan.
Repentinamente hundieron sus dientes y cuchillos
en las espaldas y talones de los valientes.
Los enemigos del pueblo, con sus bocas sucias,
bebían la sangre cálida y pura de los inocentes,
cuando amigos de la libertad,
agotados por caminatas penosas,
fueron sorpresivamente cogidos,
somnolientos y desarmados.
Se esfumaron los días de luz,
los reemplazó una serie interminable y maldita de días negros.
La luz de la libertad y el sol se extinguieron.
Una mirada de serpiente acecha entre las tinieblas.
Los asesinatos crapulosos, los pogromos,
el lodo de las denuncias son proclamados actos de patriotismo,
y el negro rebaño se regocija con un cinismo sin freno,
salpicado de la sangre de las víctimas de la venganza,
muertas de un pérfido golpe,
sin razón ni piedad,
víctimas conocidas y desconocidas.
En medio de vapores de alcohol, maldiciendo, mostrando el puño,
con botellas de vodka en las manos, multitudes de canallas
corren como tropel de bestias.
Haciendo sonar las monedas de la traición,
bailan una danza de apaches.
Pero Yemelián, el pobre idiota,
a quien las bombas han vuelto más tonto y asustadizo,
tiembla como un ratón.
Y en su festón se pone con aplomo la insignia de los Cien Negros.
La risa lúgubre de los búhos y las lechuzas
resuena en la oscuridad de las noches,
anunciando la muerte de la libertad y la alegría.
Y un invierno cruel, con la nieve tempestuosa,
viene del reino de los hielos eternos.
Con sus nieves espesas, semejantes a una mortaja blanca,
el invierno ha vuelto al país.
Atando a la primavera con cadenas de hielo,
el frío-verdugo le ha dado muerte antes de tiempo.
Como manchas de barro, por aquí y por allá aparecen
las pequeñas islas negras de las aldeas miserables,
sepultadas bajo las nieves.
El hambre con la miseria y el frío pálido
por doquier se guarecen en las moradas pestilentes.
A través de la llanura de nieve sin fin,
de las estepas sin medida ni límite,
cuando el viento ardiente del verano trae un calor tórrido,
las aciagas borrascas de nieve van y vienen como blancos pájaros rapaces.
La tempestad aúlla como una bestia salvaje de pelambre enmarañada,
precipitándose sobre todo lo que conserve una gota de vida.
Vuela con estrépito, como una terrible serpiente alada,
En pos de borrar todo rastro de vida de la faz de la tierra.
La tempestad doblega a los árboles, quiebra los bosques,
amontona la nieve en las montañas heladas.
Los animales se han guarecido en sus cubiles,
han desaparecido los senderos y el viajero es engullido sin dejar huella.
Magros lobos acuden hambrientos,
yerran sobre los pasos de la tempestad.
Feroces, unos a otros se arrebatan la presa,
aúllan a la luna y tiembla de espanto todo lo vivo.
La lechuza ríe, el lechy salvaje golpea las manos.
Ebrios, los demonios negros giran en torbellino,
haciendo chasquear sus ávidos labios, olfatean una gran matanza
y esperan la señal sanguinolenta.
Muerte en todas partes, el hielo cubre todo, todo yace yerto.
Toda vida pareciera esfumada,
el mundo entero es una fosa común, una fosa única
en la que ni siquiera las sombras de la vida libre y luminosa se salvan.
Es aún temprano para que la noche triunfe sobre el día,
para que la tumba celebre su victoriosa fiesta sobre la vida …
Aún bajo cenizas se incuba la chispa,
la chispa que la vida reanimará con su soplo.
La flor de la libertad, quebrada y deshonrada
ha sido pisoteada y muerta para siempre.
Los negros se regocijan al ver aterrado al mundo de la luz,
pero en la tierra natal, el fruto de esta flor espera en el subsuelo.
En las entrañas de la madre
el grano milagroso se conserva misterioso e invisible,
ha de ser alimentado por la tierra y se reanimará en la tierra
para renacer a una vida nueva.
Llevará el ardiente germen de la nueva libertad,
resquebrajará y fundirá la corteza de hielo,
crecerá y ―árbol gigante― iluminará el mundo con su follaje rojo.
El mundo entero surgirá a su luz, y bajo su sombra se congregará a todos los pueblos.
¡A las armas, hermanos! ¡La felicidad está cercana! ¡Coraje! ¡Al combate! ¡Adelante!
¡Despertad vuestros espíritus! ¡Expulsad de vuestros corazones el miedo cobarde y servil!
¡Estrechad vuestras filas! ¡Todos unidos contra tiranos y amos!
¡La suerte de la victoria está en vuestras poderosas manos trabajadoras!
¡Coraje! ¡Este tiempo de desgracias pasará rápido!
¡Levantaos como uno solo contra los opresores de la libertad!
La Primavera llegará… se acerca… ya viene…
¡La roja libertad, tan bella, tan deseada, camina hacia nosotros!
Autocracia
Nacionalismo
Ortodoxia
Ya demostraron irrefutablemente sus altas virtudes.
En su nombre se nos golpeaba, se nos golpeaba, se nos golpeaba,
hasta la sangre misma se castigaba a los mujiks,
se les quebraban los dientes,
se sepultaba en los presidios a los hombres encadenados,
se saqueaba, se asesinaba.
Para nuestro bien, según la ley,
para la gloria del zar y la salud del Imperio.
Los servidores del zar daban de beber a los verdugos
con el vodka del Estado y la sangre del pueblo,
sus soldados regalaban a sus rapaces cuervos.
Se daba de beber a los ejecutores de las altas órdenes,
se alimentaba a sus cuervos rapaces
con los cadáveres aún tibios de los esclavos rebeldes,
y con los cadáveres dóciles de los esclavos más fieles.
Con una oración ardiente, los servidores de Cristo
regaban de agua bendita el bosque de las horcas.
¡Hurra! ¡Viva nuestro zar!
¡Con su nudo corredizo bien jabonado y mejor bendecido!
¡Viva el esbirro del zar,
con su látigo, su sable y su fusil!
¡Soldados, ahogad vuestros remordimientos
en un pequeño vaso de vodka!
¡Disparad, valientes sobre los niños y sobre las mujeres!
Matad el mayor número posible de vuestros hermanos para divertir al padrecito.
¡Y si tu propio padre cae bajo tus balas,
que se ahogue en su sangre vertida por la mano de Caín!
¡Embrutecido por el vodka del zar, mata a tu propia madre, sin piedad!
¿A qué temes tú? No es a los japoneses, a quienes tienes adelante.
No temes sino a tus prójimos, a tus propios familiares,
y ellos están del todo desarmados.
Una orden se te da, valet del Zar.
¡Sé cómo antes, una bestia de carga, esclavo eterno!
¡Enjuga tus lágrimas con tu manga y golpea el suelo con tu frente!
Oh, pueblo, fiel, feliz
amado por el zar hasta la muerte,
soporta todo y obedece hasta la muerte…
¡Fuego! ¡Látigo!… ¡Golpead!
¡Dios protege al pueblo,
poderoso, majestuoso!
¡Que nuestro pueblo reine, haciendo sudar de miedo a los zares!
Con su tropa sin gloria, nuestro zar desencadenado,
con su jauría despreciable de servidores,
sus lacayos festejan,
sin lavar la sangre de sus manos.
¡Dios: protege al pueblo durante los días sombríos!
Y tú, pueblo, ¡protege la Bandera Roja!
¡Opresión sin límite!
¡Azote de la policía!
¡Tribunales de sentencias súbitas
como las salvas de las ametralladoras!
¡Castigos y fusilamientos,
horrible bosque de horcas
para castigar vuestras rebeldías!
Colmadas están las prisiones,
los deportados sufren infinitudes,
las salvas desgarran la noche,
los buitres se han saciado.
El dolor y el duelo se extienden sobre el país natal.
¡Ni una familia es ajena al sufrimiento!
El déspota festeja con los verdugos
su banquete sangriento
¡Vampiro… roe la carne del pueblo
con tus perros insaciables!
¡Déspota, siembra el fuego!
¡Monstruo, bebe nuestra sangre!
¡Levántate Libertad!
¡Flamea Bandera Roja!
¡Vengaos, castigad!
¡Torturadnos una última vez!
¡La hora del castigo está cercana!
Ya llega el tribunal ¡Sabedlo!
¡Por la libertad iremos a la muerte,
a la muerte.
Tomaremos el poder y la libertad,
y la tierra será del pueblo!
¡En el combate desigual
por la liberación del trabajo, cayeron víctimas sin nombre!
Sus miradas llamean de amenazas…
¡Repica hasta el cielo, eterno carillón del trabajo!
Golpea martillo, golpea por siempre.
¡Pan! ¡Pan! ¡Pan!
¡Marchad, marchad campesinos!
Vosotros no podéis vivir sin la tierra.
¿Os estrujaron los señores,
os oprimirán aún por mucho tiempo?
¡Marchad, marchad estudiantes!
Muchos de vosotros serán segados en la lucha.
¡Cintas rojas envolverán los ataúdes de los que hayan caído!
¡Marchad, marchad hambrientos!
¡Marchad oprimidos!
¡Marchad humillados
hacia la vida libre!
¡El yugo de las bestias reinantes, es nuestra vergüenza!
¡Expulsemos a las ratas de sus madrigueras!
¡Al combate, proletario!
¡Abajo todos los males!
¡Abajo el zar y su trono!
Ya brilla la aurora de la libertad estrellada,
Se expande su llama.
Los rayos de la felicidad y de la verdad
aparecen ante los ojos del pueblo.
El sol de la libertad
nos iluminará a través de las nubes.
El canalla del zar,
“¡Bajo las patas de los caballos con ellos!”,
dirá glorificando la libertad
la poderosa voz del toque a rebaño.
Destruiremos las bóvedas de las prisiones.
La justa cólera está rugiendo,
la bandera de la liberación conduce a nuestros combatientes.
Tortura, Ojrana,
látigo, cadalso, ¡abajo!
¡Desencadénate, combate de los hombres libres!
¡Muerte a los tiranos!
Extirpemos de raíz
el poder de la autocracia.
¡Morir por la libertad es un honor,
vivir en las cadenas, una vergüenza!
Echemos por tierra la esclavitud,
La vergüenza del servilismo.
¡Oh, libertad, danos la tierra y la independencia!
Vladimir Ilich. Lenin
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