EnsayoMéxicoOaxaca

La espiral de la Sierra Norte. San Miguel Cajonos, Oaxaca.

Intercambiamos un plato de comida por un poema. El desayuno sucede tan cálido que solo el enfriamiento inmediato del café dentro de las tazas de barro delatan al clima. Teníamos hambre y no lo ocultamos, como tampoco las posturas filosóficas respecto al amor:
-El café no debe ser tan amargo como el odio ni tan dulce como el amor- dijo ella-.
– el amor no es dulce – rectificó.
Ya cumplida la mitad del trato y con un agradable sabor de boca me dirijo a la cocina con un par de libros en las manos. La cocina es oscura y entre sus espacios de madera deja asomar franjas de luz sobre un comal que arde. Dos mujeres dedicadas, por ahora, a soplar sobre el frijol agitando sus basuritas, me invitan a pasar.
Leer el poema cotidiano es como arrojar las semillas al piso y adivinar el tiempo, uno no sabe qué suerte nos traerá ni con qué intención la hoja se dejará leer. Y es que el surco de la memoria se riega esta tarde de cielo despejado, con las lágrimas de una mujer que escucha sobre el arado y las manos de tierra sin poder poseerlas.
–Gracias muchacha. Me hizo recordar a mi padre, que trabajaba en el campo.
–Los poemas hacen que las personas no se vayan del todo –digo con voz temblorosa.
Vaya forma de iniciar. Un impulso bombea, no solo dentro de mí, sino en los nueve viajeros la idea de las brigadas de poesía. Las hormigas rojas no habrían impuesto su paso por la espiral de la Sierra Norte, como nosotros. Atacamos los rosales desidiosos que guardados en sus casas temían la palabra. Nos comimos una a una sus hojas, cada mordida me refresca los tiempos de antes, que pensé olvidados, que asumí perdidos.
Un rio corriente de carne agrietada nos abrió camino y me puso a escribir. Es una palabra dicha que reverdece un día de tantos en que nos animamos a viajar y regresar a oscuras por la espiral del tiempo.

Brenda

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