EnsayoLetras

Caldero Cotidiano/ Corte de cabello.

Por Roberto Muñoz

Una vez al mes, me enfrento a una de las batallas personales que más mortifica al joven mexicano promedio: el corte de cabello. Todos sabemos bien que esta batalla tiene sus inicios de dos maneras: cuando entras a la vida escolar, o cuando a las madres les nace la espantosa idea de que el ‘corte de honguito’ se les vería bien a sus hijos. Tengo que agradecer que en mi caso fue al entrar la primaria. De igual manera, desde mis primeros años, mi madre me había profetizado que mis cabellos me traerían muchos problemas en un futuro:

─¡Este niño tiene los cabellos muy necios! ─ decía ella. 

En realidad, fueron pocas las veces donde me molestaba cortarme el cabello; para ser más precisos, en las horripilantes épocas de la secundaria. Yo pensaba que los prefectos desahogaban el enojo que les provocaba su calvicie en nuestras cabelleras. Igual su enojo no era proporcional a un castigo lo bastante inventivo. Solamente nos ponían de pie al centro del patio central, donde después de media hora te esperaba un reporte del que al final del día ya nadie se acordaría. Para evitarse un corto cansancio de pies, la solución al problema era bastante sencilla: ir a que te cortaran el cabello.

Un día de clases, mi amigo Gerardo entró de manera furtiva al salón; traía dos gorros puestos, y al llegar a su lugar –que era junto al mío- me miró junto con una risa satírica , y antes de que yo adivinara la situación, él dijo las primeras palabras:

─Fui a cortarme el cabello con Don Robert .

Este oficio transforma a personas ordinarias en personajes casi mitológicos, y ‘Don Robert’ era uno de ellos. En palabras de Gerardo, ir con este señor peluquero era lo equivalente a jugar ruleta rusa, porque su avanzada edad y su ya deteriorada vista, hacían que algunas veces te cortara el cabello casi al filo de la perfección, y otras veces, al borde de la desgracia. Lamentablemente en esa ocasión, Gerardo perdió la batalla. Al terminar la anécdota, y con una extrema confianza, me enseñó su corte de cabello; en una analogía, su cabeza era como un globo terráqueo, y no porque su cabeza fuera redonda como la mía, sino, porque una línea similar al ecuador estaba marcada alrededor de su cabeza, pero esta no era recta; la línea estaba tan chueca como si fueran las curvas de una autopista.

Durante todas las clases, junto con nuestro grupo de amigos, planeamos una promesa: convencimos a Gerardo de que se rapara, y que nosotros haríamos lo mismo. Este acto de solidaridad ratificaría nuestra amistad. Todos parecíamos convencidos, nos daba risa imaginar cómo mañana todos se burlarían de nosotros. Al siguiente día, solamente Gerardo y yo cumplimos la promesa.

Cortarse el cabello es un acto de intimidad y confianza; es por eso que no permites que cualquiera tenga el permiso de que te pase una maquina por los costados del cráneo. La mayoría de las personas hemos encontrado a alguien que se encargue de dejarnos lo menos feos. En mi experiencia corta, solamente me ha pasado una vez, y ha sido de las historias más trágicas de mi existencia. 

Durante mis primeros años donde ya iba solo al corte de cabello, era difícil explicar cómo lo quería. La mujer que estaban detrás de mí y que me miraban por el espejo, siempre ponía cara de no entender nada; yo jamás pensaba que lo que pedía fuera tan subjetivo, simplemente decía: ‘ni muy largo, ni muy corto’. Al terminar el corte, su cara era la de alguien apretando la boca como señal de estar satisfecha; en cambio, mi cara era la de alguien que en su mente se imaginaba gritado histéricamente por el horrible corte. Tengo que decir, que jamás expresé mi descontento –y mentadas de madre-, solamente me levantaba, decía ‘gracias’ y me retiraba con una cara de repulsión.

Fue un día en la misma estética, donde otra mujer me cortó el cabello; las indicaciones fueron las mismas. Ya sabía a lo que estaba predestinado. Aquella mujer me platicaba de cosas que no me interesaban, y yo le daba cualquier respuesta y una sonrisa forzada. Al terminar, la sorpresa se hizo presente: un corte de cabello que me había gustado. Describir aquella satisfacción sería imposible. Fue de las pocas veces donde pagué con gusto y me fui a casa con cierta alegría. Así pasaron los meses, ir a cortarse el cabello ya era un sinónimo de beatitud; pero como todos sabemos, cuando algo bueno nos pasa es porque la vida está planeando burlarse de nosotros.

Una tarde, después de una mañana donde no me habían dejado pasar a la preparatoria por tener el cabello largo, llegue al local de la estética; una nube de aromas químicos me recibió. Me senté a esperar mi turno mientras leía una revista de espectáculos que tenía a una mujer en bikini en la portada. Algún estilista me dio la señal de que pasara a la silla frente al espejo. Al sentarme, otra persona que no era aquella mujer se estaba preparando para pasarme la rasuradora encima.

─¿Y la prima de Meche?─ Pregunté.

Al ver mi cara con un profundo estado de confusión, me miró y de la forma más vil y seca me contestó:

─Creo que se juntó y se mudó de ciudad.

Aquello significó volver a la desgracia de siempre. Ni la más mortífera ruptura amorosa me dolió tanto como aquella noticia. Desde ahí ando en busca de alguien que entienda mis subjetividades. ¿Algún día la encontraré?

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