EnsayoLetras

Caldero Cotidiano| ¡Que alguien piense en los choferes!

Por Roberto Muñoz

En el primer semestre de preparatoria, y en circunstancias muy prematuras, tuvimos la materia de ‘Metodología de la Investigación’, la cual era impartida por un profesor con un nombre tan olvidable pero que le decíamos “El Wolverine”. Este Maestro se distinguía -además de parecerse a un Logan pasadito de peso- por dejar tareas inmisariamente largas y difíciles. Una de esas tareas era la de hacer una investigación sobre un problema que aquejara a nuestra comunidad, y nos dio hasta el siguiente día para pensar en nuestra elección.

Mi equipo –como la mayoría de los demás equipos- estaba conformado por mis dos amigos más cercanos, tan cercanos que vivíamos todos por el mismo rumbo. Al salir de clases, en una tarde donde el calor nos quemaba las buenas ideas, nos subimos al transporte público, pagamos y nos sentamos a seguir pensando sobre qué problema elegir; en eso estábamos, cuando el chofer se pasó el único semáforo que existía en la avenida, y al darse cuenta que chocaría con otro coche, frenó precipitosamente, haciendo que algunos pasajeros inundaran el interior con mentadas de madre; mientras por el espejo retrovisor, los ojos del chofer expresaran una felicidad que era una señal de que lo que había hecho había sido una maniobra automovilística impresionante. Después de aquel fugaz accidente, nos dimos cuenta que ya habíamos elegido nuestro problema.

Al siguiente día, frente al salón, todos dijeron lo que habían elegido; por supuesto, muchos eligieron los problemas más banales, como: la falta de agua, la acumulación de basura (si, en estos tiempos ya hasta la basura es banal) y la delincuencia. Mi equipo, muy osado –o desvergonzado- eligió: “los problemas de la ruta 64c.” Cuando entregamos la investigación completa y la calificaron, sorpresivamente sacamos “10”, tomando en cuenta que lo hicimos dos días antes de la fecha límite, y que de 50 personas encuestadas, solamente 10 existían.

Ahora que miro hacia el pasado, pienso que en la redacción de la investigación, fuimos muy crueles con el transporte público, y en especial con los choferes. Solo bastaba con ver la portada: una combi de dicha ruta que se había volcado en una calle del centro histórico. Pienso que si hiciéramos de nuevo una encuesta, los resultados saldrían de la siguiente manera:

“Después de una exhaustiva investigación, la sociedad mexicana opina que el 99.9% de los conductores en este país: son imbéciles.”

Ahora, si se desglosa el porcentaje, los números nos indicarían que:

“El 60% son los que manejan en transporte público, 30% son mujeres al volante, y que el otro 9.9% son traileros que por estar ahogados en cocaína, conducen horriblemente.”

La verdad es que los choferes del transporte público son bastante subestimados y menospreciados por todos. Pero para mí, ellos son más inteligentes, extravagantes y sociables que cualquier pretencioso universitario. Lo sé, porque vivo en una zona donde convergen 5 rutas. Cada ruta, con cierta identidad. Por ejemplo: si quieres llegar rápido al centro histórico: debes tomar la ruta 11, ya que sus choferes se refugian en una pulquería cercana, y al salir a conducir, desconocen que son los frenos y llegan en 15 minutos a tu destino. La otra opción, es que si quieres llegar con vida, tomas la ruta 44, pero con la advertencia de que la lentitud con la que manejan sus choferes te ocasionará sueño y, que al despertar, sigas en la misma calle.

También, los choferes pertenecen a un sector social que comprende la necesidad del compañerismo en situaciones de crisis, como la ocasión en que la secretaria de transportes llegó a hacerles antidoping, y todos los choferes amantes de la marihuana se escondieron en el baño y fueron sustituidos por otros que no traían licencia, pero que tenían el organismo limpio.

Aunque no lo crean, muchos aún confiamos en el transporte público como la opción más ecológica; y también porque no tenemos carro, o porque si tenemos, pero somos peores que ellos en la cuestión del manejo. Aún así, debemos reconocer la labor titánica que hacen, porque cuando nosotros bajamos, ellos siguen un camino que repiten en bucle todos los días, soportando el calor, el frio, a los asaltantes, la música horrible que suben a vender, los olores corporales de personas que huyen del baño, y el olor a frituras que un niño gordo va comiendo.

Tengo compasión de ellos, hasta el momento en el que digo -¡Bajan!-, y ellos con cara de desagrado me abren la puerta y me dan una señal de que no se detendrán. Es ahí cuando debo de dar un gran salto, sin antes decir -¡Sálvese quien pueda!

 

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