EnsayoLetras

¡Sangre, sangre!

Por Roberto Muñoz

1

En San Augusto de los Mojados, todos sus habitantes se encontraban molestos; pues desde hace meses que ya no llovía. Desesperados por el olor pestilente que la población despedía, se reunieron en la Gran Plaza a buscar soluciones. Después de un largo rato proponiendo, discutiendo y votando a mano alzada; la solución elegida fue ir con el cura de la iglesia, para que le pidiera a Dios que lloviera.

Cuando el Padre Herminio guardó en su bolsillo derecho las monedas que le pagaron; fingió pensar en una solución elaborada, y después de unos minutos, se subió sobre un banco para comenzar a hablar:

-Para que llueva, voy a necesitar la ayuda de todos ustedes –dijo hablando más fuerte al ver que había más gente de la que él pensaba-. Si todos oramos con mucha fe, nuestro señor escuchará nuestras plegarias y nos mandará la lluvia.

─Pero aquí adentro no cabemos todos, Padre- respondió alguien entre la multitud.

─Vamos a rezar afuera del templo, en el patio; rezaremos hasta que comience a caer el agua- contesto el Padre Herminio.

Aplausos y optimismo inundaron lugar, mientras el Padre se iba a la sacristía para ponerse la casulla.

Ya en el exterior, el Padre Herminio dio una indicación y todos se hincaron a rezar de forma sincronizada. Unos oraban en su cabeza, otros en voz alta, y algunos en un tono melódico que exhalaba esperanza. Así pasaron horas, con un sol que se dejaba caer sobre la piel de los feligreses; varios ojos se iban dando cuenta que ninguna nube se asomaba por los cerros que rodeaban a San Augusto. Poco a poco, pequeños cúmulos de gente se levantaban y se iban furiosos por estar aún más requemados; los más fieles, salieron después en camillas improvisadas de madera, desmayados por insolación y por un ayuno involuntario. Aquel día, el Padre Herminio no hubiera caído en tristeza, sino fuera porque se dio cuenta que puso las monedas en el bolsillo que tenía agujero.

2

Al siguiente día, todos se reunieron de nuevo en la Gran Plaza. Hicieron lo mismo que el día anterior; esta vez se eligió ir a buscar ayuda con el brujo Quiñones, quien vivía hasta las orillas del pueblo.

Cuando la marea de gente llegó frente a la fachada de la casa del brujo Quiñones, no hizo falta tocar la puerta; pues el ruido de la muchedumbre lo hizo salir. Diversas voces, que en ocasiones parecían ser la misma, le explicaron lo sucedido con el Padre Herminio. Al preguntarle si los ayudaría, el brujo solo afirmo con la cabeza.

Desde lejos, entre el polvorero, se podía ver como las oleadas de gente regresaban a la Gran Plaza; al frente de la multitud, los guiaba el brujo Quiñones acompañado del Presidente Auxiliar, quien no dudo pedir que le tomaran una foto, para poder utilizarla en las próximas elecciones.

Ya reunidos en la plancha de la Gran Plaza, el brujo pidió silencio y dio indicaciones:

─Mientras yo trabajo; ustedes van a levantar las manos, y todos juntos deben de gritar: ¡Sangre, sangre!

─ ¿Por qué “sangre”? ─Pregunta una señora, ─si lo que queremos es agua.

─Deben decir “sangre”, porque vamos a tratar de herir al cielo. Solo así podemos hacer que llueva.

La multitud soltó un alarido como señal de comprenderlo.

Cuando el brujo comenzó a mover las manos, y a murmurar en un lenguaje extraño; el eco colectivo comenzó a escucharse por las calles de San Augusto: ¡Sangre, sangre! Cuando las gargantas ya estaban comenzando a estar áridas y los labios agrietados por la escasez de saliva; ocurrió el milagro. Gotas distanciadas caían sobre la plancha de cemento. Rápidamente los gritos de jolgorio comenzaron a reverberar, y cuando algunos abrían la boca para que su lengua se refrescara; las gotas desaparecieron.

─¡Qué paso! ¡Apenas y chispeó! ─ comenzaron a gritar algunos.

─ ¡Tranquilos! ─gritó el brujo Quiñones- Lo logramos, lo hicimos bien.

─Pero ¿por qué no llueve más? ─ dijo desesperado el Presidente Auxiliar, quien ya se había imaginado retorciéndose en un charco.

─Ahorita ya herimos al cielo. En la noche es cuando se va a terminar de desangrar; ¡así que preparen bien sus cubetas y piletas, porque se va a caer un aguacero como si se repitiera el diluvio!

Los gritos y aplausos renacieron, y fue el prefacio de lo que sería la fiesta más grande que haya ocurrido en San Augusto de los Mojados. Don Marcelino, quien era dueño de la abarrotera, sacó cinco cohetones para celebrar; Los integrantes de la Banda de Música y los integrantes de la Rondalla de la Iglesia, se unieron por única vez para cantar en la Gran Plaza. Sillas se comenzaron a acumular en los alrededores, y mesas se comenzaron a llenar de bebedores. El Presidente Auxiliar fue a abrazar al brujo Quiñones, y una hora después, con los comienzos de los efectos del alcohol, se le acercaría a su oído derecho, y le diría:

─Si llueve, te haré el próximo Presidente de San Augusto; ahora que yo sea Diputado.

La fiesta se encendió más, cuando vieron que nubes negras se comenzaban a asomar por el horizonte del atardecer. Don Jacobo, quien toda su vida había sido tachado se avaro, y que el mismo lo reconocía; estaba tan contento y borracho, que en un momento de éxtasis decidió dar gratis todo el consumo de su cantina. También, le pidió a los más jóvenes, que fueran a su patio trasero para sacar unos toneles llenos de mezcal y que lo ofrecieran a todo aquel que estuviera en la plaza. Ese fue el único día en que se verían mujeres borrachas en San Augusto.

Nadie sabía qué hora era. La luna apenas se podía distinguir entre nubes penumbrosas. Nada importaba. Había muchos ya tirados en el suelo, que solo se levantaron cuando un torito de pirotecnia apareció de sorpresa. Aquella noche estaba llena de felicidad. En todas partes, viejos enemigos ya se estaban perdonando, y en las calles aledañas de la plaza; entre coches, hierbas y muros, muchos jóvenes estaban perdiendo su virginidad, aprovechando que los viejos estaban distraídos y que el alcohol había hecho más atrevidos a los novios, acercándolos a la travesía de lo inmoral.

3

Antes de abrir los ojos, varios sintieron la espalda mojada. Poco a poco se estaban levantando los tirados. Tardaron en comprender lo sucedido. Muchos supieron la hora con ver la posición del sol. Ya era otro día; había enormes charcos a mitad de la Gran Plaza y en las calles. Cuando ya todos habían asimilado la luz del sol, y las punzadas en sus cabezas; uno habló por primera vez:

─Nos quedamos dormidos.

Era verdad. Cuando el alcohol venció a todos por la madrugada, cayó la lluvia más torrencial del año. El cielo se les desangró y a todos se les olvidó poner sus cubetas y abrir las cisternas. Enojados, todos se comenzaron a regresar a sus casas; algunos, antes de irse, tomaron agua del charco que se veía más limpio. Nadie dijo nada más, pero sabían que al siguiente día la Gran Plaza los vería de nuevo, buscando otra solución.

─ ¿Con quién iremos ahora? ─ le pregunta alguien al Presidente Auxiliar.

No lo escucha; pues el Presidente Auxiliar solo estaba pensando en lo cómoda que sería su cama cuando ya fuera Diputado.

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