EnsayoLetras

Caldero cotidiano| Las Crónicas del Desamor

La idea de esta compilación, surgió en una tarde donde “Alone Again” de Gilbert O’ Sullivan sonaba por la radio de mi vecino. En un principio, pensé en escribir sobre alguna situación con el desamor, pero para que no diera tanta lástima yo solo, invité a otros colaboradores a que participaran en este conjunto de crónicas desamorosas. La única condición: era escribir sobre un desamor corrosivo que tuviera la intención de que las y los lectores también sufrieran con nosotros. Sumemos que este mes trae mucha melancolía y recuerdos, que aunque queramos que permanezcan lejos, siempre regresan a nosotros.

De todo corazón, espero que les duela.

Por: Roberto Muñoz

Desde la antesala del 14 de Febrero

La última postal

Por: Brenda Contreras

Señaló su auto mientras cargaba mi mochila morada, la de los viajes. Nunca me ha gustado cargar de más, asumiendo incluso el olvido de lo indispensable. Caminé hacia el lado del copiloto. Él ya estaba ahí abriendo la puerta del coche, me acomodé en el asiento torpemente y lancé mi chamarra hacia atrás.

Durante el tiempo que tardó en llegar a su lugar, me noté tranquila inspeccionando este nuevo espacio que nos tocaba compartir. Me gusta que conduzca. Lo hace bien, a prisa. Me gusta ser llevada de vez en cuando.

Se acomoda, mira el retrovisor y saca de la guantera la caratula del estéreo. Se escucha una música tranquila, casi un mantra que condiciona un poco mi entusiasmo por verlo tras 15 días de distancia.

Modelo 97, blanco.

­–Dijiste que no funcionaba.

–Si, en realidad no lo he llevado a reparar.

Para mí que un coche no funcione es que está por completo detenido. Así lo entiendo: Si se mueve, sirve. Pienso esto mientras escucho el sonido del motor similar al de mi auto. El mismo que utilizo todos los días para atravesar la ciudad, y entrar los fines de semana en caminos poco transitados.

Mi coche abandonado en la acera de enfrente de la terminal de autobuses. Hace 5 hrs.  lo había dejado ahí para abordar. Mi papá, un poco molesto se comprometió a rescatarlo de la arriesgada decisión de dejarlo con las llaves adentro, a falta de tener un duplicado en casa.

Mi coche era menos viejo pero con bastantes rayones de ramas, perros y una que otra defensa. Se notaba que me pertenecía. Era un cementerio de lápices labiales, botellas de agua a la mitad, suéteres de diferentes colores. El asiento de atrás tenía libros regados: español 1, español 2, español 3, y así cada uno de los armatostes académicos con que enchueco mi espalda todas las mañanas. También hay, seguro que sí, un Roque Dalton cara a cara con Wislawa Symbrowska.

Ahora estoy en otro sitio, como acompañante. Miro mis pies sobre la alfombra aspirada. Lo miro a él: su perfil serio. Sonrío, aunque no me vea. Me emociona haber llegado al encuentro para estar juntos el fin de semana. El segundo como pareja, el primero en su territorio.

Imagino que para ese momento y en otras incitadas e insinuadas ocasiones, ya lo habría orillado a jalar el asiento, de tal modo que me fuera cómodo estar sentada sobre él; mi espalda en el volante, sus manos en mis nalgas. Llenándonos la boca de saliva y diciéndole cosas muy precisas al oído. Haciendo evidente pues, mis ganas nada ingenuas de encontrarnos. Pero no.

–Te amo –digo clavando la mirada en algún punto vulnerable de su rostro.

–Y yo a ti –dice concentrado en el ir y venir de las puntas de los pies sobre los pedales.

Volteo hacia la ventana para enjuiciar la escenografía de esta nueva relación y el sistemático afecto que voy tejiendo. Un hombre, pienso, pero ¿un hombre por el que tomaría de nuevo un autobús, un avión o un mezcal para seguirle viendo?

El tiempo se tarda demasiado

Por: Roberto Muñoz 

Ya llevaba algunos meses saliendo con Carolina. Tal vez, era por la nostalgia que traíamos guardada en alguna parte de nosotros, o simplemente, solo nos extrañábamos. A pesar de que había sido mi amor platónico de la secundaria (y que nos habíamos besamos atrás de la escuela), nos dejamos de ver por casi dos años. Supe por alguna voz que iba en la preparatoria que estaba frente a la mía, en el turno vespertino; también, me dijeron que había cambiado mucho, pero a estas alturas de la vida, todos habíamos cambiado demasiado. Desde ahí, sabía que un día cualquiera nos íbamos a encontrar; pero a veces el tiempo se tarda demasiado, y en más de una ocasión, pensé ver su cara en otras personas, como si se tratara de una psicosis cotidiana.

Fue en una tarde calurosa que, mientras esperaba el camión para volver a casa, un dedo me pico en la espalda; lo que en un principio pensé que era un asalto, se terminó convirtiendo en una pesadilla aun peor cuando volteé y Carolina estaba allí enfrente. Fue una traición de la vida. Claro que me puse nervioso. Por supuesto que mi lengua se tropezó más de una vez mientras le contaba que había sido de mi vida. Pero ambos traíamos una sonrisa estampada en nuestras caras que nos invitaba a quedarnos el resto de la tarde ahí parados en la acera, soportando el calor y el ruido pedorreante de los coches; pero ella tenía que ir a sus clases y yo a mi casa. Nos despedimos con un beso en la mejilla y desde ahí supimos que ya no sería la última vez que nos veríamos.

Después de salir tanto, y de impregnarnos por completo en nuestras vidas, las citas se convirtieron en confort, tiempo poroso y risas estruendosas. ¿Qué éramos? Según nosotros: nada. Pero ahí estábamos juntos. Escapando de la escuela y saliendo hacia ningún lado. Cuando febrero se nos vino encima, y a mí se me estaban agotando las ideas, ella dio un paso adelante y me dijo:

-Los de mi escuela harán una fiesta por lo del 14 de febrero, ¿vamos?

Acepté de inmediato.

Tengo la sospecha de que a la vida siempre le ha causado mucha risa lo mal que me salen las cosas, pero en esa ocasión, no sé qué habrá sentido.

 La fecha de la fiesta había llegado, toqué en la puerta de su casa y Carolina salió radiante. Todavía recuerdo ese cosquilleo en mis mejillas, que hacían que se me escapara una sonrisa de la forma más incidental. Aquel momento, se iba a convertir en un recuerdo que me hubiera gustado retratar, pero todo se fue al carajo cuando un grito nos detuvo. A Carolina se le había olvidado decirme que llevaría a su hermana menor. Tuve que recurrir a mis escasos dotes de actuación para fingir una cara de amabilidad y simpatía por un buen rato.

 El lugar, resultó ser un salón jardín iluminado por luces de todos los colores. Ya había algunas personas, que al igual que yo, dejaba en una mesa toda clase de alcohol para disposición de todos. Carolina y yo nos sentamos a beber alguna que otra cerveza y a seguir disfrutando de nuestro gusto excesivo de andar fumando como desesperados. Solo nos acordábamos de la existencia de su hermana cuando decía que tenía que ir al baño. La plática nos absorbió tanto que, cuando mire alrededor, una marea de gente se estaba alcoholizado tanto como nosotros.

Después, alguno de sus amigos nos invitó a fumar en una Shisha, pero al final, me decidí por rechazar la invitación cuando me dijeron que le habían metido marihuana. <<¿Seguro que no quieres?>> me preguntó Carolina. Le contesté que no, porque yo mismo me había prometido llegar a mi casa con la capacidad de permanecer parado por mi propia cuenta. Le recomendé lo mismo a ella, pero Carolina era alguien que no pensaba las cosas tanto como yo; simplemente, se dejaba llevar por el primer impulso que sintiera. Y en ese preciso instante, su impulso era el de sujetar esa manguera y disfrutar del momento.

Para alejarme de su “aura cannábica”, me fui al baño a perder el tiempo. Al abrir la puerta que conducía al pasillo de los sanitarios, no pude evitar ver como alguien se hacía unas líneas de cocaína sobre la orilla de un lavamanos.

-¿Gustas?- me dijo antes de agacharse y mirarme por el espejo.

-Yo solo vengo a orinar, gracias- le contesté con una sonrisa apretada.

Cuando regresé, Carolina había desaparecido, pero el universo la sustituyó por su hermana, que estaba sentada junto a una chica que traía un curioso abrigo beige. Me acerqué para preguntarle por la desaparecida, pero mi cara se transformó cuando me respondió en un lenguaje extraño.

-¿Qué te paso?- Pregunté.

Fue inútil. La lengua se le resbalaba tanto que ya no entendía nada de lo que decía.

-Creo que le dieron unos “shots” de tequila- me dijo la del abrigo beige.

-Pero tiene como 14 años.

-¿Ahora entiendes porque está así?

-¿Es la primera vez que tomas?- le pregunte a la borracha.

Me miró con unos ojos que se esforzaban por no cambiar de orbita, y tras reflexionar la pregunta, afirmó con la cabeza. Para no quedarme ahí solo cuidando a la hermana alcohólica, le dije algún pretexto tonto a la del abrigo beige para comenzar a hablarnos y que no me dejara solo en este castigo. Otra vez, de la forma más imprevisible, nos comenzamos a comunicar con una intimidad cómplice, mientras procurábamos que la borracha no se cayera de la silla. Me dijo que la llamara Marcia, que no era su verdadero nombre, pero que le gustaba más que el suyo. Me contaba alguna que otra cosa espontanea, y yo contratacaba con anécdotas que tenía la intención de que una risa se le saliera por entre los labios. También, me confesó que no tenía mucho tiempo viviendo aquí, que no conocía bien la ciudad. Le contesté que no se perdía de mucho.

Algún embrujo me tuvo que haber hecho para convencerme de que fuéramos a bailar; dejamos a la borracha en una posición en la que fuera menos probable que se cayera, y junto con mis pies desorganizados me fui con ella. ¿Qué canción era? No importa. Solo seguíamos el vértigo de las vueltas y nos besábamos cada que agonizaba una canción.

Cuando regresamos a nuestro lugares, descubrimos que la posición no fue la mejor porque se fue de bruces. Al levantarla, nos dimos cuenta que su cara estaba pincelada de lodo y pasto. De la nada, el amigo de la Shisha salió de entre la marea de gente, y me dijo que tenía que ir a ver a Carolina. Lo seguí hasta el baño, donde la ausencia del cocainómano fue suplantada por un círculo de mujeres que ayudaban a vomitar a alguien. Era Carolina.

Al llegar, me dieron un reporte muy detallado, como si se tratara de un asesinato y la policía de investigación me contara lo sucedido: “Llego aquí con alguien, de repente, se besó con Pablo -¿Quién chingados es Pablo?, me pregunte-, y después se acabó la mitad de un vodka. Luego se acordó de su ex novio y se puso a llorar. Y ahora está aquí vomitando.”

-¿Tú vas a ser su nuevo novio?- me preguntó alguien entre la pequeña multitud.

-Después de esto, creo que ya no- respondí.

La bulla ocasionó que el organizador de la fiesta se hiciera presente:

-Lo mejor es que ya se vaya, no sería bueno que le diera una congestión alcohólica aquí.

-Solo esta borracha- conteste.

-Pero anda muy pérdida… ¿Tú vienes con ella?

-Si.

-Pues es momento de que ya se vayan.

Al ver como empezaba a resaltar un enojo en la cara del organizador, acepté irme con las hermanas borrachas.

Tuve que recurrir a la persona que siempre me salva de este tipo de situaciones: Don Armando, mi taxista de confianza. Quien me ha visto más veces borracho que mi propia familia. Le llamé para que viniera en mi auxilio, y afortunadamente, estaba muy cerca de ahí. Después, miré con ojos de misericordia al amigo de la Shisha y le dije:

-¿Me puedes ayudar con la hermana?

-Claro, te veo en la salida.

Tuve que separar a Carolina del escusado, y con los brazos entre lazados nos dirigimos hacia el exilio.

A mitad del camino me encontré a Marcia con su inigualable abrigo beige.

-¿Ya te vas?

-Me están corriendo, ¿me quieres acompañar?

-Solo puedo acompañarte hasta la salida.

Cuando llegó el taxista, subimos lo mejor posible a las hermanas borrachas en los asientos traseros del taxi. Antes de subir por completo al asiento del copiloto, voltee a ver a Marcia. Nuestros pares de ojos que ya comenzaba a tener ojeras por efectos de la madrugada, sospechaban que tal vez ya no nos veríamos de nuevo. Tendrían razón.

-¿Cuál es tu nombre real?- le pregunte.

-Pregúntame otra cosa.

-¿A dónde te gustaría viajar?

Se detuvo a pensar un momento, me miro con una sonrisa pícara que se podía ver por la iluminación del poste de luz y me dijo:

-A la chingada… Y mi nombre es Elena.

Me dio un beso en la mejilla, cerró la puerta y el taxi avanzó a lo largo de la calle. Cuando miré por el retrovisor, todavía se podía ver la figura de su cuerpo que con el pasar de tiempo se iba haciendo más pequeña, hasta que el taxi dio la primera vuelta en una esquina y se fue rumbo a la casa de Carolina, quien dormía tranquilamente con la cabeza chueca y encima de su hermana.

Al día siguiente traté de buscarla en redes, pero me di cuenta que esta ciudad está inundada de Marcias y Elenas. Respecto a Carolina, nos dejamos de ver por otro trozo de tiempo cuando me dijo que había vuelto con su ex novio. Al parecer, lo extrañaba tanto como a mí.

Tiempo después, por coincidencias de la vida, me encontré con el amigo de la Shisha; le hablé, no por cortesía, sino para preguntarle por la chica del abrigo beige; me dijo que no la conocía, que seguramente llegó a la fiesta como yo: a través de algún conocido.

No me quedó más que resignarme. Pensar que ella sigue viviendo en esta ciudad, que está en todos lados, pero que por ahora, no está en donde yo estoy. ¿Será que un día alguien me volverá a tocar la espalda y cuando voltee sea ella? Espero que esta vez, el tiempo no se tarde demasiado.

El más grande desamor en la vida de todos

Por: Fidel Sánchez

La vez que más tonto aparecí ante el desamor, fue paradójicamente en una relación que sí se logró, ¿No les ha pasado que la relación más bonita es la que justamente está sostenida por la imaginación y no por lo que realmente es?

Lo peligroso de idealizar a alguien es que sí se nos cumpla el sueño de tener una relación con esa persona a la que hemos idealizado. Luego de un tiempo con esta persona me vi triste, sufriendo por haberlo conseguido ¿Cómo es que he dejado que la persona a la que tanto quise me hiciera tanto daño? Si cuando nos enamoramos ella no era así. Y sale la pregunta ¿No era así? No, ella no ha cambiado, ella siempre ha sido como es, es uno mismo el que se inventa dones y virtudes en la otra persona para no aceptar la realidad, la realidad fea y dura de que no encuentras a alguien con quien te sientas a gusto. Así que procedes de manera inconsciente a entregarte en cuerpo y alma a algo que sólo existe en tu cabeza, y la otra persona sin ser mala ni buena, al ser ella misma, hace que te rompas. ¿Cuándo te pedí que me entregaras eso que me entregaste? Me pregunta ella. -Nunca; respondo. -¿Entonces, te gusta chocar contra la realidad y lastimarte o por qué lo sigues haciendo?; esto último no lo pregunta literalmente pero como si lo hiciera.

Como en todo juego de la ingenuidad, ambos tienen responsabilidad, pero ninguno la culpa. -Pero yo te pregunté si eras ideal, y tú me dijiste que sí lo eras; contesto yo. -Sí, te dije que lo era, pero era evidente que no lo era; responde ella. -¿Por qué me dejaste idealizarte?; pregunto yo. -Porque me hiciste sentir muy bien; aclara ella. Y se hace el silencio, en el que pasa un ángel que se está riendo de nosotros, pero no una risa de maldad, sino una como de cuando alguien ve un video de conejitos jugando con globos.

Y por supuesto que sucede exactamente lo mismo cambiando de roles, haciendo exactamente la misma conversación, pero ahora con otra mujer, en el que esta vez yo, fui el que permití idealizarme, en el que ahora sí, el escenario está listo para acabarle la función al azar. -¿Tú sabías que me hacías daño al dejarme idealizarte?; me pregunta ella. -No, de corazón pensé que por un momento podía ser eso que soñabas que fuera yo; contesté. -Entonces ¿Aún puedes ser eso que quieras que sea?; preguntó ella como al aire. -De poder puedo, pero creo que no me nace; respondo mirando al suelo. -¿Por qué si no te nacía hiciste todo eso?; Pregunta ella ya en un tono de duda real. -No, no, sí me nacía cuando lo dije, en algún momento que no sé, sólo dejó de nacer; aclaro. Hay un silencio aclarador, el silencio de la madurez.

El Ángel se pone de pie y aplaude, acostumbrado al buen gusto, y aunque haya visto esta escena miles de veces con personas diferentes, por todas las partes del mundo, no deja nunca de disfrutarla como si fuera la primera vez.

Momento jodidamente incomodo

Por: Carlos Martínez

Creo que tenía 17 años, ahora tengo 24, sentía que mi misión en la vida era más clara y posible a esa edad que ahora; mi vida iba bien, nada me ataba a algún lugar, no tenía tanto miedo como ahora de hacer cosas, o experimentar lo que sea. Aunque ahora sigo teniendo esa idea, pienso mejor y me asustan más las consecuencias, no sé por qué, la vida siempre ha sido peligrosa, quizá a eso se le llame madurar.

Lo que no puedo decir de ese entonces que quizá ahora si puedo hacer mejor, es invitar a una muchacha a salir sin tener que sufrir tanto con mi bolsillo; digo solo salir una vez, hacerlo más seguido sí que duele, pero salir con alguien una sola vez para platicar o lo que sea sí que lo puedo hacer bastante.

Desde niño me gustaban mucho las niñas güeritas, me llamaban mucho la atención, posiblemente más de una vez que me quedé viendo a Sandra todo atontado y babeando; creo que literalmente, de niño uno no se fija en esas cosas. Recuerdo perfectamente que en tercero de primaria ella se salió de la escuela, no sé por qué, y cuando la vi no me atreví a preguntarle si la expulsaron por burra, si sus papás se pelearon con la directora o con la maestra alguna vez, cosa que, si hizo mi mamá una vez, por eso lo consideraba como una posibilidad. Era muy gracioso, era la única niña que decía muchas groserías; alguna niña de vez en cuando decía alguna, los niños casi todos, sobre todo jugando fútbol: “pásamela cabrón”, “pinche toto”, “míralo todo toto” más el apodo correspondiente. Pero el asunto con Sandra era que en cada oración que decía siempre debía estar una palabrota, y realmente a los 9 años no necesitas decir tantas groserías; otra cosa que me hacía observar sus labios cada que hablaba, en ese entonces de niño, era sentir que cada que la veía se paraba el tiempo. Me gustaba mucho apreciarla, cuando podía. En primero y segundo no me inmutaba, pero en tercero parece ser que sabía que “me gustaba”.

Como sea ese mismo año se fue de la escuela, incluso creo recordar que no terminó el ciclo escolar, por lo que un día de repente no estaba.

Pasó mi vida, la primaria, y mi hermana me enseñó a usar Messenger a finales de sexto. En la secundaria era la herramienta perfecta, te ponías de acuerdo para chatear con tus amigos a horas específicas; en mi caso, mi hermana tenía la computadora en la noche, y a mí me tocaba en la tarde, pero nada interesante pasaba en la maldita tarde. El metroflog estaba de moda, eso fue en primero de secundaria, un poco en segundo, pero ya la mayoría comenzaba a pasarse a Facebook. Desde siempre busqué su correo, o su metro, pero sin éxito. Hubo mejor suerte cuando tenía 16, pero para esa edad ya no la buscaba. Los de la primaria empezaron a aparecer y stalkeando entre ellos, sabía qué amiga de seguro la tenía, y ahí estaba Sandra; obviamente ese no es su nombre, realmente se veía muy bonita, y actualmente aún se ve así, pero yo diría que ahora se me hace sexy, creo que ya casi termina de estudiar arquitectura.

Yo iba en la prepa Benito, muy buenos años, me divertí bastante y como decía, mi objetivo parecía más claro en ese entonces. Me fui a probar a un equipo de tercera división en segundo de prepa, toda mi vida había jugado futbol; mi papá jugó en los Venados de Yucatán en la que ahora se conoce como liga de expansión. Ya no hay ascenso, pinche futbol mexicano corrupto. En fin, era un buen atleta, no era burro, y me sentía muy poderoso, imparable, 17 años.

En toda la prepa solo tuve una relación seria, y no es como que haya tenido muchas relaciones informales, en verdad no me interesaba, no buscaba nada en ese aspecto.

Nunca he arriesgado mucho en el amor, sobre analizo las cosas, no me emociona el amor, eso digo hasta que me enamoro. El caso es que le empecé a hablar por dicha red social, un mensaje como a las 8 p.m., contestó a los dos minutos, una muy buena señal. Platicamos para ponernos al día sobre donde estudiábamos. Ella en el CENHCH, todo mundo en Puebla estudió en el pinche CENHCH, no me caen mal, solo que parece que están en todos lados.

Después de una semana de plática, la invité a salir. No sé de quién fue la idea de ir a San Francisco, para ese entonces yo prefería tomar una cerveza en cualquier lugar, no salir por un café. Salimos por un café, ahora sé que ese lugar está medio culero, la mayoría de los poblanos lo conocen como sobrevalorado y una vez me asaltaron ahí, con mi actual novia.

Si bien me sentía poderoso en todo lo que hacía, algo que no sabía hacer era trabajar. A los 16 jugaba en Santa Ana Xalmimilulco, en un equipo amateur, pero el dueño del equipo me daba $100, $180 o hasta $200 por ir a jugar; yo soy delantero y solo soy bueno metiendo goles de cabeza; no soy habilidoso, eso sí, a esa edad me sobraban huevos. Cada que juego, en donde sea, me parto el alma; me gusta mucho el fútbol, ahí me puedo convertir en una bestia y a la gente le gusta eso. Cuando estuve con mi otro equipo, ya solo iba de vez en cuando a Santa Ana, mis papás me daban $50 para ir todos los días a la escuela, pero como “don idiota” eligió la escuela más alejada de su barrio porque odia su barrio, $24 de esos 50 eran para camiones, y en total me quedaban $26 para hacer lo que quisiera. Las tortas culeras estaban a $13, las cemitas chidas, justo a $26, cemitas de don Roni; si ahorraba 3 días y nada más compraba torta culera, para el jueves o viernes hasta me compraba un refresco, y si ese fin había ido al barril hasta comía doble cemita en lunes. Me gustaba “la Benito”, ropa de calle, podías salir cuando quisieras, buen nivel académico a estas alturas, en los tiempos de los comunistas de antaño toda la prepa se te iba en luchar por tus derechos.

Creo que la invité a salir un viernes, yo iba en la tarde a la escuela, creo que ese día sabía que iba a salir temprano; nunca me arreglo, me considero un mugroso, pero ese día me esforcé un poquito, hasta ese día no me imaginaba como podía salir, llevaba mis $120, menos mis pasajes, se me hacia una cantidad justa, la verdad.

Llegué al punto a tiempo, otra cosa que no hacía mucho, ni ahora. La vi, se me hizo muy extraño verla, creo que ella mide como 1.50m y yo para ese entonces mis 1.83m. Creo que ya solo crecí dos cm. Desde ahí, se me hizo muy pequeña; su voz que recordaba muy aguda y que siempre decía groserías era ahora grave, se notaba un poco el timbre de niña, pero muy poco; su risa si coincidía perfectamente cómo se ve. Platicamos lo último que quedó pendiente en nuestro chat, algún examen, si recordaba o había visto a alguien de la primaria, algún otro amigo en común por cualquier motivo; la estaba pasando bien, creo que era un Italian coffee. De repente, tocó hablar de cualquier otra cosa. Me empieza a hablar de su familia, de su papá, como él es blanco, y que por eso, ella es así; que su hermano es moreno y su mamá también; hizo mucho énfasis en eso, o lo mencionó lo suficiente como para que se me hiciera raro. Cuando ella hablaba de ella, me pareció que no tenía mucho que contar, y yo tampoco realmente, qué personalidad puedes tener en ese entonces. A esa edad no sabes nada, pero crees saber mucho.

Ella pidió un café frio, yo también. Ella pidió una pieza de algo, quizá una galleta, yo sabía que si yo pagaba en eso se me iban a ir mis $120, no le di importancia, supuse que nos iríamos a las michas sin tener que discutirlo, ya sabes el clásico, no te preocupes yo pago lo mío, ese día me di cuenta que no es tan clásico. Para más tarde, yo ya no pedí nada por precaución, tampoco tenía hambre, ella tampoco pidió nada extra. Aunque tenía ganas de hacer algún movimiento sabía que me haría más misterioso si no hacía nada más ese día, eso se ve bien, según yo todos mis amigos estaban bien hambreados porque siempre a la primera cita me decían que ya intentaban algo, con diferentes resultados, pero yo no tenía prisa y me hacía ver cool. Solo decirle adiós, lo había ensayado, sabía que podía hacer algún movimiento a la tercera cita, posiblemente la segunda. Ya nos íbamos a ir, eran como las 7:30 p.m, me dijo que para ella ya era algo tarde, yo salía a la escuela a las 8:20, no me preocupaba para nada esa hora, me pareció justo. Fuimos a la caja a pagar, no sé por qué si el mesero podía ir, $119 dos cafés de $50 y una galleta o lo que sea, la miré para esperar que decía, se me quedó viendo, pasaron unos segundos, y lo pensé bien, ¡que idiota! ella espera que yo invite, y cómo iba a hacer eso, traía 114, 6 de mi camión si caminaba, ya había gastado lo de tres camiones de $6, entonces llevé $130, como sea, me faltaban cinco pesos.

Me acordé que posiblemente en mi mochila había algo, metí mi mano en el bolsillo de emergencia: como 4 monedas de $2. Pensé que podía decirle algo, cómo, no sé: “creo que no tengo dinero”, o “no piensas pagar tu parte”, lo segundo obviamente no se lo iba a decir, pero lo pensé, pagué pues, pero me sentí derrotado. Llevaba 2 pesos para mi camión, fui a dejarla a la parada de su bus, como se podrán dar cuenta en realidad somos jodidos los dos, yo lo pensé bien, lo que se me hacía mucho dinero resulta que era lo justo para algo sencillo. La acompañé, aunque hubiera querido intentar algún movimiento de despedida, no iba a poder mientras estuviera pensando cómo me iba a regresar a mi casa. Todo ese rato, desde que pagamos hasta que se fue, creo que mi semblante se veía como de alguien derrotado, no sé si lo notó o que pasó. Mi casa está a unos 6.8 kilómetros del centro de la ciudad, lo acabo de googlear; en ciertos días corría 10 km en 40 minutos, pero no quería correr. Caminando me hice 1 hora con 20 minutos para llegar a mi casa, era de noche y pasar por el mercado de Xonaca fue la parte que más me dio miedo, por suerte no pasó nada; mientras caminaba, pensaba si le pedía alguna moneda a la gente, hacerle la llorona a alguna señora con hijos que pasara: “oiga me acaban de asaltar, ¿no tiene dos pesos?”, solo requeriría de dos señoras para llegar a mi casa a salvo, pero no vi a ninguna señora. De repente Dios se comió a todas las señoras; vi puros cholos o tipos que se reirían de mí. Me fui a mi casa y llegué a 9:20, la hora a la que normalmente llegaba de la escuela.

En mi escuela nadie la conocía, a mis amigos cercanos no les conté esta experiencia, mis papás ni se enteraron que ese día en realidad solo tuve mi primera clase. Le hablé un par de veces, no sé por qué, la magia se había ido, nunca volví a salir con ella, y como que ella tampoco insistió de alguna manera que pudiera notar.

Ahora me imagino todas las formas en que eso pudo salir mejor; como sea ahora es muy común que camine esas distancias, me gusta bastante, lo que aprendí de ese día es que puedo ir de mi casa al centro caminando durante una hora. No sé qué esperaba de esa cita. Ahora que lo veo, la pase muy bien. Posiblemente le mande un mensaje a Sandra para ver que cuenta.





Visita número 235

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