Memorias de un Joven Scout acampando en las faldas del Iztaccíhuatl
Fue la mañana del 25 de julio cuando el grupo primero de puebla salió de campamento. Antes de seguir quiero hacer una pausa: pensemos en la emoción del mítico campamento, que inició cuando los chicos preparan sus menús desde una semana antes; desde que se alistaban las maletas una noche antes, y el nerviosismo que no nos dejó dormir mucho aquella noche. Llegó el día. Pasando las 9am, scouts y padres de familia se despedían entre sí, pero sobre todo se despedían de la cotidianidad que cosechamos cada día. Sleeping, mochilas, comidas, utensilios, casas de campaña se subieron a un camión, digno para este gran grupo, con todas las comodidades, aunque ya sabemos que eso es lo de menos para nosotros. Dirigidos hacia las faldas del Iztaccíhuatl, lamentablemente el autobús no pudo continuar debido a la terracería y tuvimos que bajar nuestras cosas echando camino hacia nuestro lugar de campamento, pero antes de avanzar, un señor de la región ofreció su camioneta donde subimos nuestras cosas (lo cual se le agradeció mucho). Llegamos al lugar. Unas ruinas preciosas cubrían toda su fauna, ahí dejamos todo y nos apresuramos para que cada sección, iniciara las actividades.
El terreno nos permitió realizar actividades grandiosas como: escalada a los árboles, pistas entre la naturaleza, arrastrar al otro con la cuerda, relevos, armar columpios, competencias de habilidades entre la patrulla etc… Ahí pudimos conocer a los nuevos chicos de servicio que se separarían para trabajar con cada sección y pudieran vivir, tal vez, su primera experiencia en el movimiento scout crítico.
La comida fue hecha, como siempre, por los chicos quienes manifestaron que fue bastante buena, y para un estómago vacío fue todo un banquete que, supongo yo, los demás hermanos scouts, chicos y grandes también disfrutaron. Después de la comida siguieron más actividades pensadas en cosas que no podemos hacer los sábados de junta. La noche nos dio buenas ideas para jugar entre toda la tropa y la de tres lobitos que poco a poco se van alejando de la calurosa manada. Una patrulla se alistó pintando sus cuerpos, haciendo una antorcha con fuego para presentar unas cuantas leyendas a los pequeños, que al ver sus caras de emoción nos llevó a concluir que fue una actividad jugosa para el escenario que teníamos: nada más y nada menos que la princesa tlaxcalteca Iztaccíhuatl, quien nos vio dormida desde un cerro, justo como narraban su historia de amor. Esto nos dejó un buen sabor de boca a todos; así continuamos hasta que nuestros cuerpos pidieron una almohada y es que, como decía Doña Eduviges a Pedro Páramo “No hay mejor almohada que el cansancio”.
24 de julio definitivamente nos sobraban ganas de seguir adelante, comenzando por el ejercicio a las 7 am, quitándonos el frío para darnos una buena refrescada en un chorro del estanque que estaba cerca de ahí. Luego las actividades programadas: robando la bandera, juegos a ciegas, cargadas y otras más. Hicimos nuestra comida de la tarde para por fin hacer una de nuestras actividades favoritas, “Construcciones”. Nos dividimos en dos, un grupo fue por material y el otro busco el lugar correcto para trabajar, cuando esas tareas terminaron la tropa trabajó en los amarres y conforme iba avanzando se nos ocurrieron buenas ideas para que se convirtiera en una torre única.
Llegó el crepúsculo, avisándonos que se tenía que preparar la cena a las 9:00 p.m. en punto, para deleitar el concurso con bocados de chiles en nogada y pizza, hecha artesanalmente; Se prendió la fogata, se sirvió la comida y todos en círculo entonamos hermosos cantos que nos hacen sentirnos orgullosos de nuestras raíces. Eso es lo mágico de un campamento: el amor que creamos con la única intención de compartirlo. Hubo más y más actividades seguidas de esa noche, mientras nos manteníamos atentos porque circunstancias siempre nos acecharán y solo quedará, proteger las cosas buenas.
Dormimos plácidamente, cómodos o incómodos pero juntos. Cuando amaneció seguimos la rutina que nos inyecta energía y así poder descender en un vacío, jugar con todo el grupo, comer nuestros dulces y compartirlo con el otro.
Esperando la buena colaboración de nuestro amigo de la camioneta, quien una vez más nos hizo el favor de regresar nuestras cosas, un acto que ni con las gracias fue suficiente pagarle.
El autobús nos regresó al local del grupo y definitivamente estábamos cansados, pero felices de lo que fue este campamento y con la mano izquierda nos dimos un fuerte apretón, que no significó un adiós sino un hasta luego.
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