HistoriaLetras

A propósito de la Navidad el solsticio y los migrantes

El 18 de diciembre se celebró el día internacional del migrante y el día de ayer, martes 21 de diciembre ocurrió el solsticio de invierno que es el día mas corto de todo el año, a partir de hoy en todo el mundo el Sol crece. Es por eso que recordamos el texto del filósofo de la liberación Enrique Dussell titulado De un inmigrante y exiliado político: Joshúa de Nazareth. Todo esto bajo el mes navideño, que según Dussell es una extraña festividad absolutamente fetichizada e invertida en su sentido fuerte, político, profético y crítico.

De un inmigrante y exiliado político: Joshúa de Nazareth

La filosofía política nos permite realizar una hermenéutica
filosófica de narrativas contenidas en textos religiosos. Lo que se
llama Navidad es una festividad de las culturas del Mediterráneo
y de otros pueblos en la que se celebraba al 21 de diciembre, el
día más corto del año, porque desde ese día el sol habría de ir
“creciendo”. Era el solis natale. Desde el tercer siglo dC, el
cristianismo adoptó esa fiesta, que no era ni judía ni cristiana, y
celebró el nacimiento de Joshúa de Nazareth. Las circunstancias
de ese nacimiento pasan frecuentemente desapercibidas,
fetichizadas bajo sentidos completamente superficiales.
Se sabe que el emperador romano del momento ordenó
efectuar un censo para poder cobrar los tributos de sus súbditos
coloniales. Palestina era colonia romana. La familia de Joshúa,
descendiente de la dinastía de David, rey del pequeño reino
entre el de Egipto y los de la Mesopotamia, debieron ir a Belén,
lugar del nacimiento y residencia del indicado reyezuelo. Como
no tenían recursos, eran inmigrantes pobres, María debió dar a
luz al niño en condiciones de indigencia: “lo envolvió en pañales
y lo acostó en un pesebre, porque no encontraron sitio en la
posada” (Lucas 1,7). ¡Pobres inmigrantes entonces! ¡Un latino o
mexicano en el Imperio estadunidense! Pronto la situación se
agravará.
Y esto porque el monarca colonial colaboracionista del
Imperio romano, siendo Herodes un usurpador (como entre
nosotros pueden serlo un Pinochet, un Videla o un Salinas de
Gortari) no de estirpe real, al enterarse que había la posibilidad
del nacimiento de un descendiente de David, temiendo que un
día le disputara el poder, ordenó “matar a todos los niños de dos
años abajo en Belén y sus alrededores” (Mateo 2, 16). José tuvo
noticia de que “Herodes buscaba al niño para matarlo. [Por ello]
José se levantó, tomó al niño y su madre de noche [propio de un
asustado perseguido], (y) se fue a Egipto y se quedó allí hasta la
muerte de Herodes” (Ibid., 13-14).
Vemos entonces que la vida de Joshúa se inició en el peligro
de la pobreza, la humillación, la opresión (nació en un pesebre),
y no bien nacido casi lo asesinan (de no ser por los buenos
informantes que tenía José). ¡Era entonces un perseguido
político! Y léase bien: perseguido político y no religioso, porque
se lo intentó asesinar porque en la “genealogía de Joshúa, el
Ungido, [estaba indicado que era] descendiente de David” (Ibid.,
1, 1).
En uno de mis viajes a Egipto en los 80, en El Cairo, me tocó
en el barrio antiguo copto visitar una iglesita donde la
comunidad bizantina celebra la estadía de Joshúa en Egipto. Ese
día cobré conciencia de que el tal Joshúa había sido un exilado
político en Egipto, y por ello un inmigrante indefenso. Debo
indicar que esa estadía en Egipto no le fue a Joshúa inútil. En
efecto, Joshúa debió aprender muchas cosas en su estadía en esa
gran civilización –inmensamente más desarrollada que su
pequeña patria palestina. Entre lo que aprendió fueron los
criterios éticos universales que enumera como principios en el
Juicio final (acontecimiento celebrado en las tradiciones
egipcias, y que tenía a la Gran diosa de la justicia Ma’at por
protagonista y que como jueza suprema preguntaba al muerto,
que pedía la resurrección, qué había hecho de bueno en su
existencia; a lo que el muerto respondía: “Di pan al hambriento,
agua al sediento, vestido al desnudo, y una barca al peregrino” –
capítulo 125 del Libro de los muertos de Egipto, que Joshúa
reproduce en Mateo 25, enunciado mucho más completo que los
sugeridos por Isaías).
Lo cierto es que aquella familia de exiliados políticos e
indefensos inmigrantes cuando tuvieron información de que
“murió Herodes [… José] se levantó, tomó al niño y a su madre y
entró en Israel” (Ibid 2, 21). Pero, como toda familia de exiliados
políticos, “tuvo miedo de ir allá”, y esto porque “Arquéalo
reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes”. Fue por
ello que prefirió estar lejos de Jerusalén donde los servicios de
inteligencia de la época eran menos activos, y por ello “se retiró
a Galilea” (Ibid. 22-23).
Pero no es todo. Al final de su vida, aquel laico (porque
Joshúa nunca fue sacerdote, y celebró cultos propio de todo
padre de familia, como el hagadá, la llamada “última cena”)
enderezó su crítica en primer lugar contra la corrupción de la
religión de su pueblo (“toda crítica comienza por la crítica a la
religión”, dirá siglos después un descendiente judío alemán), ya
que entrando al templo de Jerusalén “volcó las mesas de los
cambistas y los puestos de los que vendían palomas, diciéndoles:
Mi casa será casa de oración, pero ustedes la han convertido en
cueva de ladrones” (Mateo 21, 13), claro que, al menos, no debió
criticarlos por protectores de pederastas. Podemos decir que
Joshúa era anticlerical, cuando el sacerdocio se ha burocratizado
y transformado en cómplice político del poder, este mismo
también fetichizado.
Aquel mesías (en el significado de Walter Benjamín)
profético (no davídico o político) vivió toda su vida desde la
experiencia “del tiempo que resta” (en el sentido de Giorgio
Agamben), como alguien con tal responsabilidad por los pobres
y las víctimas que en poco valoraba salvar su vida que estaba
empeñada en la lucha contra la injusticia y el dominio de los
poderosos (del templo, de la patria colonial y del Imperio). Por
ello, al final, fue acusado de “rebelar el pueblo” (“rebela al pueblo
con su enseñanza”; Lucas 23, 5) contra el rey palestino Herodes,
el hijo, y el mismo Imperio romano. Al final es crucificado (la
cruz era la silla eléctrica política de aquella época). La cruz era la
condena política contra los terroristas que se levantaban contra
la ley sagrada del Imperio. Esa acusación era nuevamente una
acusación política, no religiosa (porque Pilatos no la hubiera
aceptado o no le hubiera dado importancia de haber sido sólo
una acusación religiosa).
Por ello, el exiliado político en Egipto terminó asesinado
bajo acusación de rebelión política, y con un cartel sobre su cruz
que nada indicaba de religioso: “Joshúa de Nazareth, rey de los
judíos” (Mateo 27, 38), título político y no religioso que el mismo
Joshúa aceptó (“–¿Eres tú el rey de los judíos? […] –Tú lo estás
diciendo” –respondió Joshúa; Ibid. 11). Lo que más molestó a los
traidores políticos y religiosos coloniales judíos, y al soldado del
Imperio, era la prédica profético-política de Joshúa que al dar
fundamento a los pobres y humillados de sus luchas contra la
dominación, esos explotados se transformaban en actores de la
historia desde el postulado de un Reino de justicia fraterno. ¡Lo
cierto es que dicho postulado terminará por transformar desde
abajo todo el Imperio romano, y a otros posteriormente!
Navidad
es
una
extraña
festividad
absolutamente
fetichizada e invertida en su sentido fuerte, político, profético,
crítico. ¡El mercado y las complicidades de los políticos, de los
cristianos y sus jerarcas la han desvirtuado!

Facebook Comments