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Los cuidados: zancadas para alinear el tiempo

A Martín, Katia y Alondra.

Hay situaciones, sobre todo situaciones de salud donde los cuidados mínimos son grandes zancadas para alinear el tiempo. Las pastillas interminables a las dos de la mañana, son a las dos de la mañana; las dietas cronométricas en los hospitales tienen un sentido ya organizativo, ya de salud; el ayuno, indispensable para una endoscopia. ¡indispensable!
No lo digo como médico, es más ni siquiera como paciente. Lo digo como “familiar”, como ese personaje que calienta la banca fría de un hospital público y que apenas escucha su nombre cuando el paciente requiere ir al baño o el médico en turno necesita dar información.

No sirve de nada quedarse en el hubiera. A menos claro, que sea un punto de partida para generar una nueva experiencia. Las salas de hospital no son lindas. Las he romantizado en mi andar terapéutico pero la realidad es que nadie quisiera estar ahí. Los cuidados entonces se vuelven una posibilidad de no llegar tan desprotegidos, tan indefensos a la certeza de la enfermedad. Los cuidados durante la enfermedad, son los inevitables, son los indispensables, no hay vuelta atrás, se agota el tiempo. Los cuidados cotidianos, los que vamos aprendiendo, perfeccionando, los que más por elección que por condena nos acercan a los seres queridos, son los que más trabajo cuestan.

Las salas de hospital, no son lindas ya lo dije. Pero hay cosas que habrá que hacer, aunque no nos encandilen con su estética comprada. Habrá cosas, días, actividades, que no ponen el toque de felicidad a nuestros sueños, se parecen más bien a insomnios tenebrosos que se acercan a la muerte. Esa fealdad, también nos humaniza. Entonces hay que hacer lo que nos toca, acompañar la muerte. Y cuando ese momento llega no queda más que aprovecharle. Los días se van como agua entre las manos. Hay una necesidad de cerrar el mundo como si fuese una caja fuerte, pretendiendo que la combinación la tenemos nosotros. Se lleva un registro contundente de las miradas; un mapa con detallados relieves de la persona amada. Los ojos van cambiando el enfoque, el color de la imagen. Vamos caminando sepias fotografías.

Cuánta crueldad en la muerte. Pero quién habrá de hacer este escabroso trabajo sino el cuidador. Quien en pleno fastidio, se ve atravesado por un golpe de humanidad. Quién habrá de hacerlo sino el afortunado que empezará a amar de otro modo, para siempre, donde sea.
Imaginemos ahora. Salas de hospital, en sí mismas ya indeseables, saturadas de miedos, de trágicas historias. Imaginemos que en medio de un caótico panorama ya ni siquiera la labor de cuidados es un paliativo. Ya no hay tiempo para labor tan “fea”, esa de cuidarnos. La pandémica realidad también nos obliga a pensar en que la redención está dos pasos antes de llegar a una sala de hospital, nada linda por cierto.

Brenda Contreras Cruz

 

 

 

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