EnsayoLetras

Caldero Cotidiano/El corredor y la anatomía del perro callejero

Por Roberto Muñoz

Para Net, mi compañera en esta aventura cotidiana llamada: salir a correr.

Todo empezó una noche mientras me disponía a tomar café. De sopetón, mi madre me dijo la mayor veracidad que le puede doler a un mexicano: “estás engordando…”. Con franqueza, esa era una verdad que ya sabía, pero no pude ocultar mi desdén ante tal declaración. Es por eso que, aunque tarde, me puse a pensar sobre las opciones para hacer ejercicio; la más obvia era asistir al gimnasio, pero siendo un paranoico de estos tiempos pandémicos, decidí optar por la opción más sencilla: salir a correr. Es claro que uno conoce muy bien sus limitaciones, en especial siendo un fumador; pero en un acto de entusiasmo, me dormí temprano para salir a correr por la mañana.

Debo admitir que al día siguiente no salí a correr por un imprevisto: me quedé dormido. Pero lo bueno es que al despertar, mi entusiasmo por salir a correr el día de mañana, no se había desvanecido. Así que decidí utilizar el mayor acto de autoflagelación que ha inventado el ser humano: poner 20 alarmas seguidas y así despertarse de mala gana. Al final funcionó, el reloj marcaba las 6:30. Me cambié de acuerdo al estereotipo de un corredor y comencé a ‘calentar’ para que – según mi hermano – evitara un envaramiento. Ahí está el primer problema, ya que desde antes de hacer algo tan simple como correr, ya se te están augurando problemas que pueden ocasionar desazón en un corredor amateur como yo.

Antes de salir a correr por primera vez, tenía tres miedos presentes en mi cabeza. El primero: que me atropellaran. El segundo: que me asaltaran. Y el tercero: que al verme correr me confundieran con un asaltante. Al correr las primeras cuadras esos miedos se me olvidaron porque tenía sueño, y seguí el camino planeado como si fuera en busca de una motivación más grande. Pero aquella mañana fue de esos días donde extrañamente la vida te complace; fue entonces que me mandó una motivación: cuatro perros que me persiguieron por dos largas calles, en donde me sorprendí por la velocidad con las que mis piernas temblorosas corren en caso de peligro. Es bueno saber que aún conservo mi instinto neandertal de supervivencia. También me di cuenta de que ahora tenía un cuarto miedo: miedo a la mordida de perro callejero.

Puede que después de una experiencia cercana a la muerte, como la que yo tuve, cualquier persona hubiera optado por ya no salir a correr. Pero en un afán de ‘valemadrismo’, que conozco muy bien, salí a correr por la misma ruta. Es ahí cuando tras una segunda persecución de esta ‘mafia canina’, detecté un grave problema que necesita de atención urgente para todos los que salimos a correr; me di cuenta que la evolución ha hecho que los perros callejeros ya no crean en ‘las piedras imaginarias’.

Tras esa observación, no hubo más remedio que utilizar soluciones civilizadas. Porque si algo aprendí en mi casa, es que los perros pueden ser más civilizados que algunas personas.  Es por eso que recurrí a la técnica milenaria del soborno y, antes de salir a correr, guardé en una bolsa algunos puñados de croquetas.

Cabe aclarar que esta ‘mafia canina’ tiene su guarida enfrente de un panteón. Así que tras llegar a su territorio, me detuve, abrí mi bolsa y traté de acercarme a ellos. Siento que esta vez no me olieron el miedo, que más bien, vieron en mí la voluntad y el aroma a chanchullo. Al ponerles las croquetas en el suelo, todos se acercaron a comer gustosos, y mientras yo tomaba agua, juntos celebramos una tregua. Mi tregua con mis perseguidores. De los cuatro, uno se hizo mi amigo. Un perro flaco, de pelo café opaco, a quien llame: ‘vergonzoso’, porque no le gustaba que lo viera comer.

Como la mayoría de las personas que somos de este país, pienso que los perros que he cuidado durante toda mi vida, me van a ayudar a cruzar el inframundo. Pero sentado junto a aquella jauría de perros, me pregunto: ¿y ellos a quién ayudarán a cruzar?, ¿estas bestias urbanas estarán esperando a alguien? Porque al igual que ellos, hay muchos que habitan calles, banquetas y camellones, y tal vez, muchos de ellos tienen el anhelo de vivir en una de esas construcciones que llamamos: casas. Y también deben desear ser parte de uno de esos conjuntos de personas que de forma convencional llamamos: familia.

Hay que tomar conciencia y evitar comprar y lucrar con la vida de las mascotas. Ellos también sienten la soledad. Adopta, no compres.

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