EL RECUERDO DE UN AUTÉNTICO ABOGADO
Por Mario Macuil.
*Dedicado a mis amigos, amigas, profesores y, en general, colegas abogad@s, por su día: 12 de julio, día del abogado.
“Había odiado al delito, pero había compadecido al delincuente, porque la pobreza es la madre de todos los vicios, la pobreza es, en ocasiones, la causa de que la gente vaya a la cárcel.”
- Don José Menéndez Fernández (El hombre del corbatón).
México es un país de leyendas, la mayoría de estas se han transmitido de generación en generación y las encontramos a lo largo de nuestras vidas; de hecho, hablar de una leyenda nos lleva a largas charlas, en las que todos los presentes cuentan las que se saben. Sin embargo, no debemos olvidar que, las leyendas, en algún punto de la historia fueron verdades que se fueron transformando en verdades increíbles.
Así que, dicho lo anterior, quiero compartirles la historia de un abogado, de un hombre que se convirtió en leyenda. ¡Al tema!
Yacían los años 20’s del siglo pasado en la gran Ciudad de México. Recorría las calles del centro histórico una figura que hacía recordar a los Burgomaestres de Rembrandt, un hombre de barbas largas que portaba una capa negra, un sombrero de ala ancha y un corbatón de moño. ¿Su nombre? Don José Menéndez Fernández.
Originario de Asturias, España, Don José Menéndez llegó a México en su juventud, cuando tenía tan sólo 22 años. Partió de la península ibérica rumbo al continente americano buscando un futuro mejor, pues sus padres buscaban para él dos destinos: la milicia o el comercio. Sin embargo, su primer punto de desembarque fue la isla de Cuba, donde se convirtió en un ayudante de tendero (que más bien barría el negocio); se mantuvo en la isla durante un tiempo, haciendo lo necesario para reunir dinero y tomar un barco que lo llevara a su próximo destino, México.
Posteriormente, después de un tiempo corto en el Puerto de Veracruz, arribó a la Ciudad de México, donde comenzaría a construirse la leyenda de “El Corbatón”.
Llegó a la gran ciudad, joven, con poca experiencia en casi todo y falto de educación escolar, por lo que tuvo que arreglárselas en diversos trabajos -de poca monta- que le daban lo indispensable para vivir. En aquel momento, su pobreza era tal que tuvo que dormir en diferentes ocasiones a la luz de las estrellas, en las bancas públicas del zócalo capitalino.
Durante su tiempo como indigente, Don José se rodeó de amistades poco prometedoras, con quienes terminaba comiendo en una fonda de la calle de Donceles. Un buen día, sus compañías crearon un alboroto en el restorán, y la entonces gendarmería tuvo que intervenir. Así que, con una labia envidiable para más de un orador, Don José intervino por sus acompañantes para que no los remitieran a las autoridades. Así es como nuestro personaje descubrió su vocación, la defensa de los necesitados.
Aquel episodio se repitió en más de una ocasión, y Don José Menéndez intercedía en cada una de ellas; asimismo, había ocasiones en las que, los gendarmes, no accedían a su convencimiento, entonces tenía que poner en práctica su sagacidad en la cárcel de Belém. Fue en aquella cárcel que comenzó a hacerse fama y más de una persona buscaba los servicios legales de “El Corbatón”, quien accedía a defender a todas aquellas personas que resultaron en la cárcel por causas asociadas a la pobreza, misma que, como ya dije, la vivió en carne propia.
El altruismo de nuestro personaje hizo un eco tal en su época que, en 1924, el Presidente Álvaro Obregón intentó expulsarlo del país por intervenir en asuntos del país de carácter interno, so pretexto que Don José llevaba a cabo actividades propias de un abogado sin contar con el título legal para hacerlo. Así que fue trasladado al Puerto Veracruzano para remitirlo a España; sin embargo, el Presidente Obregón dio marcha atrás, pues recibió cientos de cartas de todos los amigos del abogado solicitando su permanencia en el país.
Posterior a ese episodio, Obregón mandó a llamar a Don José Menéndez para preguntarle directamente por qué defendía a los pobres, y su respuesta fue: “la pobreza es la madre de todos los vicios, la pobreza es, en ocasiones, la causa de que la gente vaya a la cárcel”.
En los años 50’s, el Presidente Miguel Alemán le otorgó a Don José la autorización para ejercer el Derecho; además, nuestro personaje causó tanto revuelo en la vida pública que, cuando cumplió 50 años como abogado postulante, el Presidente Ruiz Cortines le obsequió un reloj Omega, con carátula de oro y una inscripción que decía: “José Menéndez Fernández, el hombre del corbatón”.
Entre otras andanzas de nuestro personaje, se cuenta que acostumbraba a comer en el Restorán “Prendes”, en el que se reunía la crema y nata de la sociedad culta de la época, y compartía mesa con amigos abogados que discutían temas varios. Tan variados los temas que incluso participaban personalidades como Diego Rivera, Salvador Novo, entre otros artistas de su tiempo.
Se dice que, en el ocaso de su vida, un joven recién titulado de abogado interceptó a Don José Menéndez y le dijo: “adiós, abogado sin título”, a lo que Don José respondió: “adiós, título sin abogado”. Demostrando su gran sagacidad incluso en sus últimos tiempos.
Don José murió solo, pasados los 80 años de edad, y en su funeral únicamente fue acompañado por sus hijos y esposa, lo que pone a pensar, ¿dónde estaban todas aquellas personas que ayudó “El Corbatón”?
Así termina la leyenda de “El Abogado del Corbatón”, el recuerdo de un auténtico abogado. Leyenda que todos los profesionales del derecho deben conocer, y quizá tomarse un tiempo para reflexionar en la vida y obra de este hombre, que sin duda representaba muchas cualidades que el abogado debe tener: defensor de las causas justas, culto, orador, buen pensador, capaz de sostener una conversación con cualquier persona, sagaz, inteligente y con verdadera calidad humana.
Mario Macuil, estudiante la licenciatura en derecho de la Facultad de Derecho BUAP,
en proceso de titulación. Asesor jurídico en la firma de abogados Luis Gonzalez
Estudio Legal. Opinión jurídica.
mario.macuil@luisgonzalez.mx
Facebook Comments