Cuba: vergüenza vs. Indignidad
Por: Liborio Caribeño
El pasado 11 de julio diversos pueblos de Cuba fueron estremecidos por protestas sociales y políticas, las cuales en algunas localidades derivaron en actos violentos y tumultos que dejaron como saldo, según informaciones oficiales, un muerto, decenas de heridos, centenares de detenidos y cuantiosas afectaciones económicas.
A la revuelta, iniciada en los pueblos de San Antonio de los Baños y Alquízar, en la provincia de Artemisa, se sumaron las protestas acontecidas en Palma de Soriano, en la provincia de Santiago de Cuba, las ocurridas en la también oriental provincia de Holguín, y en los territorios de Sancti Spíritus y Camagüey, además de las sucedidas en varios municipios habaneros como Centro Habana, 10 de Octubre, Arroyo Naranjo, Boyeros, Marianao y Vedado.
Como generadores de la crisis diversos analistas destacan la lentitud del gobierno para efectuar cambios planteados por la misma administración, el bloqueo comercial, económico y financiero impuesto a Cuba por el gobierno de Estados Unidos desde el 7 de febrero de 1962, y agudizado recientemente por mandato del ex presidente Donald Trump, y por último la pandemia de covid-19, y su rápida extensión en los dos últimos meses, es también señalada como otro de los factores determinantes del malestar de los manifestantes.
Ese domingo 11 de julio, los cubanos fueron sorprendidos con el rumor, que luego se convertiría en un hecho cierto, de que en varios puntos del país se estaban desarrollando protestas masivas contra el gobierno, pero más aturdidos quedarían cuando, a media mañana, el país quedara desconectado de la red de redes y los celulares fueran bloqueados para impedir la comunicación con el exterior. A esa altura de los acontecimientos era muy difícil que alguien entendiera qué estaba pasando, sencillamente el gobierno cubano había optado por el apagón digital para evitar la proliferación de los llamados a sumarse a las protestas, mantener a la mayoría de la ciudadanía desinformada de cuanto acontecía e impedir que imágenes de lo que ocurría en las calles se filtraran al extranjero.
Cierto es que las protestas efectuadas en Cuba el domingo 11 de julio, al igual que las que a diario se realizan en cualquier parte del mundo, también contaron con la participación de elementos marginales, siempre responsables de los saqueos perpetrados, pero esencialmente el participante de las masivas condenas del gobierno cubano fue gran parte del pueblo, sobretodo gente joven, dolientes directos de los efectos de la crisis generada por la pandemia, el bloqueo, las nuevas sanciones norteamericanas y la gestión desesperada, insuficiente e ineficiente del gobierno cubano por, en medio de una gran escasez y una extensa agenda de problemas acumulados, lograr proveer a la población de los medios que le permitan ir paliando la crisis.
En comparecencia televisiva, mediante cadena de los canales de televisión a las cuatro de la tarde de ese mismo 11 de julio, mientras se sucedían las protestas, el presidente Miguel Díaz Canel calificó de contrarrevolucionarios, delincuentes y marginales a los participantes de las protestas, y al tiempo que restaba importancia a las manifestaciones, acusó al gobierno estadounidense y sus agencias de seguridad de impulsar y financiar una guerra cibernética a través de las redes sociales con la finalidad de derrotar a la revolución. Además de exhortar a los miembros del Partido Comunista de apropiarse de las calles y no permitir las protestas, el gobernante cubano en su discurso reconoció la existencia de varios de los problemas generadores de la crisis, pero a su vez se negó a cualquier diálogo o a impulsar cambios verdaderos que permitan dar cumplimiento a la principal demanda de libertad de los manifestantes.
Las palabras del mandatario cubano demuestran que no quiere reconocer, que Cuba hoy más que nunca se encuentra dividida entre aquellos que juntos forman una masa ávida de cambios profundos, compuesta por individuos que pretenden que el país regrese al capitalismo y otros que aspiran transitar hacia un socialismo más democrático e inclusivo, y por otra parte otro gran grupo que procura que nada cambie y todo siga como está, ya sea por temor al cambio o por miedo a las represalias si manifiestan sus verdaderas aspiraciones. Entonces es cierto que no hubo enfrentamiento entre el pueblo y el gobierno, lo verdadero es que el 11 de julio pasado hubo choques entre dos proyectos de vida, dos proyectos sociales: uno que aspira a cambios sociales y políticos profundos, verdaderos, que preservando su soberanía intentaría construir una Cuba nueva, sin exclusiones, donde el individuo y sus capacidades sean el motor fundamental del desarrollo social, y el otro que pretende mantener el status quo que permite a gobernantes y especuladores continuar viviendo del pillaje y prácticas corruptas, como lo demuestran a diario muchos integrantes de la cúpula gobernante y sus familiares y miles de profesionales universitarios que prefieren trabajar en fábricas o almacenes antes que en sus profesiones, primero por la baja remuneración de los sueldos (el aumento de los salarios realizado meses atrás fue opacado por el aumento de cualquier mercancía en más de cuatro veces su valor), y luego por la posibilidad existente en las empresas estatales de “resolver” (léase robar y vender en el mercado negro).
Si bien es verdad que los privilegiados en Cuba son los militares, los dirigentes y los poseedores de MLC (Moneda Libremente Convertible), también existen millones de cubanos que, a pesar de la escasez de medicinas y la magra calidad de la educación prefieren continuar apostando por un sistema de salud y de educación gratuitos, donde la universidad, con sedes municipales, llegó a todos, a instructores de arte, trabajadores sociales y jornaleros en general y no solamente a un círculo distinguido, un sistema que los acerca mucho más a un programa de justicia social y dignidad nacional aportado por aquella revolución social iniciada en 1959 y extinta por los años 70. De la misma manera es innegable que a pesar de las adversidades, por encima de los apagones generados por roturas en distintas centrales eléctricas, los brotes de sarna y otras enfermedades infecciosas y el aumento de decesos y contagios por covid-19, Cuba avanza, aunque lento, en la vacunación masiva en busca de la inmunización de rebaño con vacunas de fabricación propia, como son la Abdala, Soberana 02 y Soberana Plus.
Tras el apagón digital del domingo 11 de julio, con una fuerte presencia de uniformados, agentes vestidos de civil y militantes del Partido Comunista de Cuba en las principales avenidas y calles habaneras, al igual que en las demás provincias, fueron sofocadas las protestas mediante el uso de una fuerza limitada sobre una masa que no opuso, casi, resistencia.
“Fuimos sorprendidos”, opinaron en las calles de Cuba distintos militantes del Partido, ante la espontaneidad de las protestas, iniciadas en San Antonio de los Baños, y el efecto dominó que generaron en diversas localidades cubanas, al punto que pareció existir cierta sincronización digna de una operación política y de inteligencia bien ensayada, y muy similar a las puestas en práctica en Venezuela y Nicaragua. A todo esto, hay que agregar el rol desempeñado, desde meses antes, por varios influencers en las redes sociales, convertidas en verdaderos campos de batalla cibernéticos.
Pasada toda la agitación de la protesta, en el país se respira una calma que anuncia una posible tempestad, si el gobierno cubano insiste en desconocer y no resolver las urgentes necesidades y demandas de la población, y continúa organizando actos de “reafirmación revolucionaria” en las principales ciudades del país, como sucedió el sábado 17 de julio, una semana después de las protestas, en el malecón habanero, escenario cercano a la embajada norteamericana, donde se congregaron unas cien mil personas ― según cálculos de las autoridades— encabezadas por el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, y Raúl Castro, que luego de larga ausencia reapareció por primera vez en público a continuación de los disturbios de los últimos días, lo que, según diversos analistas, su envejecida figura fue mostrada públicamente como un símbolo de apoyo al presidente cubano y de lo que desde filas del Partido han dado en llamar “continuidad”, en alusión a la prolongación del ideario de Fidel Castro.
En 1895, con la intervención en Cuba, los Estados Unidos frustraron un proceso de más de treinta años de lucha por la independencia y la realización del ideario martiano. Tras ser sometida a medio siglo de dominio neocolonial Cuba vivió una situación de constantes injusticias, discriminación racial, alto índice de analfabetismo, desconocimiento del papel social de la mujer, entre otros muchos males, hecho que motivaron del historiador cubano José Antonio Portuondo la siguiente reflexión: “La cultura de Cuba republicana se inicia bajo el signo de la frustración política”. Y alineado con ese razonamiento el intelectual y diplomático cubano, Raúl Roa García afirmó: “(…) La válvula de escape de aquella atmósfera enrarecida y agobiante fue el choteo y la trompetilla, a la vez catarsis, autodefensa y desquite del inconsciente social rebelado”.
Fue en ese ambiente sociopolítico, de los primeros años de aquella república neocolonial, que nace de la mano del caricaturista Ricardo de la Torriente en la prensa escrita el personaje humorístico de Liborio, con el cual la gente se divertía muchísimo pues todo lo malo siempre le sucedía. El objetivo, a pesar de la existencia de una gran censura de la prensa, era personificar al pueblo y satirizar la situación política y social existente en el país. Ese interlocutor inspira al autor de este texto para exponer sus puntos de vista acerca de la situación existente en la Cuba actual, donde al igual que en la república neocolonial existe una compleja situación social y política, protegida por una fuerte censura a cualquier medio de expresión.
De tal magnitud es la actual situación social y política que se vive en la Mayor de las Antillas que, en los últimos días, La Habana y Washington han retrocedido, como en los mejores tiempos de la guerra fría, a la utilización de un lenguaje de confrontación directa, dando inicio a un nuevo escalamiento diplomático tras las protestas.
El presidente Díaz-Canel acusó a Washington de haber “fracasado en su empeño de destruir a Cuba” pese a haber “malgastado miles de millones de dólares” para conseguirlo. Esa fue la respuesta del mandatario cubano al presidente estadounidense, Joe Biden, quien en la víspera dijo que la Isla era un “Estado fallido” que reprimía a sus ciudadanos.
Tras la acusación del mandatario caribeño de que el gobierno de Biden cedió a los intereses de la comunidad de cubanos exiliados en Estados Unidos, al mantener las sanciones contra la isla y permitir que funcionarios norteamericanos, como el alcalde de Miami, exhortaran al gobierno estadounidense a intervenir militarmente en Cuba, la televisión cubana, en vez de analizar con seriedad los problemas que aquejan a la población, se ha dedicado a desmontar fake news (noticias falsas) relacionadas con las manifestaciones, las cuales ciertamente demuestran una clara manipulación de las redes sociales para provocar la desestabilización del país.
El mensaje que deja el intento de sublevación en Cuba no es sólo para el gobierno cubano, el que debe tomar nota de las profundas reformas a realizar en su sistema sociopolítico como única manera de apaciguar el ansioso clamor del pueblo, de igual forma deberá ceder la administración estadounidense y levantar el bloqueo si de verdad pretende ahorrarle sufrimientos y muertes al ya extenuado pueblo cubano, tras el hostigamiento y asfixia de más de sesenta años de bloqueo. Mientras Cuba se debate hoy entre la vergüenza y la indignidad, los hechos del 11 de julio, antes ensayados en Venezuela, Nicaragua y en otras latitudes, muestran claramente a la humanidad que en toda confrontación entre un gobierno tildado de tiránico y corrupto y su pueblo siempre la primera baja es la verdad, oculta, invariablemente, por los que aúpan al gobierno espurio y los grandes consorcios de la comunicación, lo que nos obliga a creer que siempre hay que tender puentes y no muros.
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