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Black and blue: obscuros y desgraciados; la profunda cicatriz sellada con las lágrimas del jazz

K. De Ita C.

“Fría y vacía cama, muelles duros como el plomo

Siento como el diablo me quisiera muerto

¿Qué hice para ser tan triste y negro?”

El mensaje de esta obra maestra trasciende el espectro del racismo, y profundiza desesperadamente en el terrible ámbito existencialista, inquisidor de los oscuros  mártires anónimos  de la sociedad.

La cruenta pregunta, que sólo puede emanar dotada de estas dimensiones, para ser cancinamente escuchada por aquellos que jamás tomarían algún esfuerzo por conocer la naturaleza social del oprimido, de un genio entre los desgraciados, privilegiado, pero eternamente, en lo que concierne a su existencia, discriminado. De aquel que la sociedad de su tiempo considero un sud humano, sin importar sus virtudes, pues nació castigado en su color, desventurado en su fisionomía y funesto en su memoria. El será el primero en reconocer calidad de subalterno ante la sociedad, sin importar su carácter incorruptible o la belleza de su arte. El sufrimiento que lo ahogó en la desastrosa tristeza es haber nacido negro.

“Incluso los ratones huyen de mi casa

Se ríen de mí y me desprecian

¿Qué hice para ser tan triste y negro?”

El maestro Armstrong, dota a la sociedad intolerante, común, simple y por su condición de trabajadores: ignorante -alimentada por el prejuicio de sus explotadores- , de la identidad anónima del verdugo. El mayor problema de los sus hermanos de condición es no poder quitarse la fosca máscara que tanta burlas y menosprecio general en la masa racista.

De haber venido al mundo siendo blanco, no importaría su carencia de virtud o simpleza, pues tendría el respeto que al negro más brillante del mundo, en su tiempo, se le ha negado y al común caucásico se le entrega dadivosamente por ser agradable a los principios tradicionales de la sociedad occidental.

“Soy blanco por dentro, pero eso no ayuda

Porque no puedo esconder lo que hay en mi cara

¿Cómo acabaría esto? Ni si quiera tengo un amigo

Mi único pecado esta en mi piel

¿Qué hice para ser tan triste y negro?”

El ser blanco no implica tener la misma capacidad, la misma riqueza o la propia condición de exportador – Malcom X hablará de esto años después-. El ser blanco significa tener el privilegio de ser tomado en cuenta como un agente generador del elemento filosófico de sustancia. La obra del oprimido será condenada al margen de lo exótico, y cuando la clase dominante mire tal creación, exclamará con incredulidad “Es increíble que un negro haya podido crear tan exquisita pieza ¿Cómo es posible que a alguno de los nuestros no se le haya ocurrido? Es inconcebible”. La apariencia del desgraciado nadie la pierde ver, su reflejo, ningún materia, por mas brillante y pulcro que sea, quiere reflejar, la presencia del señalado con desprecio es incomoda y desconcertante para el buen gusto de la elite. Ocultar nuestra identidad sería darles a ellos por vencedores, nuestra curtida piel (siendo negros o indios) es el mayor aval de orgullo con el que pudimos ser premiados y por ella debemos alzarnos con orgullo del insufrible dolor.

El tormento que trasmite esta noble obra enternece cada átomo de mi cuerpo, desde el más fino cabello a la recia medula que sostiene mi mundana carnalidad en este atroz e injusto mundo. El melodioso mensaje casi desprende de mí la orgullosa condición social  y política de materialista, para besar los tenues suspiros del más romántico idealismo, como placebo ante tan inmensa aflicción, que compartimos los eternos dominados.

El coro griego, integro por trabajadores, desposeídos, excluidos, maltratados, y humillados (doblemente castigados de ser mujeres), entona al unísono:

“¿Qué hicimos para ser tan Obscuros y desgraciados?”





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