Unos pies chiquitos caminan la montaña. Relato pedagógico
La enseñanza de la lectoescritura en la educación preescolar es un tema discutido en diferentes propuestas de intervención. Las niñas y los niños necesitan contextos alfabetizadores que abran la puerta a la escritura y la lectura. Estoy segura de que son los contextos rurales, los lugares más propicios para expandir la palabra y sus consecuencias.
Ahí el mundo se lee, no ya con grafías, sino con semillas, con café, con ojos de oráculo, con líneas de la mano agrietada por el frío y el polvo. Entonces me sé responsable de escribir sobre eso, pero también de ser escrita por ellos; los que me miran desde afuera, los que me observan todos los días para tratar de entender por qué estoy ahí.
El lenguaje un tanto poético, un tanto teórico, debería ser evidencia de aquella ilusión pedagógica que cada día me recrea. Pretender que el educador decide el proceso, tan íntimo de las letras, es un gran tema de discusión. Muchas veces me cuestioné mi condición de docente. Muchas veces también me descubrí con vicio de lingüista rastreando las realizaciones infantiles de lo que alguna vez vi anotado en el pizarrón de aquel salón de universidad lleno de frío, lleno de invierno obligado; con café, con sueño, con nada que me explicará lo concreto del lenguaje. fuera de ahí, en la tierra, la teoría se me multiplica, se me escapa del razonamiento en este intento por apalabrar el mundo y sus razones.
Años después como educadora, y no como lingüista de academia, llegué a la Sierra Sur de Oaxaca. Primero a Santo Domingo Teojomulco y Las Huertas, y luego, para terminar mis andanzas preescolares (ya con 25 años encima), a La escalera, Ejutla, Oaxaca.
Miré niñas y niños, de sus bocas se iban desplegando discursos que crecían cada día. Se levantaban con palabras nuevas en vez de sueños. Entonces escribí sobre los niñxs con zapatos que corren en el asfalto de la modernidad, que se cubren del frío y de sus mañanas de escuela. Porque los niñxs con zapatos usan calcetines, es una regla, y los calcetines se unen a la piel como un aislante de deseos. ¿Quién necesita zapatos para volar? Los niñxs con zapatos ahora los necesitan. Los zapatos son su ancla, su estaca en el mundo del anhelo progresista.
La tierra tampoco necesita zapatos, porque ella desea las grietas viejas y cansadas de quien suben la montaña. Sin tierra hay zapatos, sin zapatos hay viento, nostalgia. Los niñxs sin zapatos un día los quisieron, los niñxs con zapatos jamás tuvieron permiso de conectarse con la tierra.
Lucía no tiene zapatos, tiene un oráculo en vez de ojos, yo los miro y me dejo caer en la nada, cada día busco esa entrada a lo que no se nombrar y ella sonríe, limpiamente me deja despegar mi curiosidad, no le importa.
Escribo de Lucía y de sus ojos y de todo lo demás que haya que escribir, es mi responsabilidad. Estas son mis palabras, esta es mi voz, mi literatura. Confiando en la integralidad del lenguaje yo pretendía explicar mi labor docente desde lo científico, a través de la poesía. Asumirme como observadora que registra tramposamente sus encuentros casuales con el mundo, fue solo el primer paso. Si era capaz de cuestionar mi propia palabra, también dejaba lugar para la palabra del otro. Y los otros son ellos, las niñas y los niños que llegaban a la escuela todos los días.
¿Dónde está su palabra? ¿Quién la escucha? ¿Quién la promueve?
Cada mañana los pies chiquitos se resistían a la gravedad de la montaña, pies que caminan largos tramos, pies de polvo, que se parten y resisten el sol y el frío para trasladarse hacia la escuela. Intento explicarme cómo unos pies tan fuertes y determinantes se dirigían siempre hacia la misma dirección.
Qué habría de ofrecerles a esas niñas y niños que llegan sudando, agitados y sonrientes al jardín. ¿Qué teníamos ahí?
Sería cuestionable el argumento de que están ahí para aprender a leer, otros más acertados dirían para aprender las letras y ello me sienta mejor, pues me deslinda de toda responsabilidad que implica adentrarse en los terrenos de la representación. Esa visión desfasada de la realidad, esa ilusión pedagógica de creer que nosotros determinamos el rumbo del aprendizaje, es un obstáculo.
Hagamos más cosas para desvestir nuestros temores, arrojemos al viento las creencias, empecemos a leerlas con la seriedad de quien contempla en mundo entero y toma de ello unas cuantas palabras. Yo no quiero que me digan maestra, no porque no lo sea, yo quiero que me digan un cuento, que me cuenten de mañana y sus posibilidades. Yo quiero me lean el mundo también con palabras. Esa es una ilusión, es cierto, una ilusión pedagógica.
Brenda Contreras Cruz
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