Caldero Cotidiano| Espíritu Punk
Por Roberto Muñoz
Track 1
Yo nunca contradigo cuando alguien me dice que mi ciudad no ha sido tan agraciada en esto del rock. Es verdad. La Heroica Puebla de Zaragoza jamás se ha distinguido por ser un semillero de bandas, como en su momento lo fue Monterrey con la ‘avanzada regia’. Tampoco de aquí han salido grandes figuras que se canonicen en la religión del rock nacional, solamente –y desgraciadamente- hemos escupido a Alex Lora. Pero si algo nos distingue, es estar inundados de conciertos todo el año, aunque no nos distingamos por tener los recintos musicales más decentes. Lo que nos ha ayudado, es la cercanía con la Ciudad de México; al igual que Cortés y los franceses, las bandas pasan por aquí antes de ir a la capital.
Por aquella época de finales de 2018 y principios de 2019, en el norte del país se había formado una oleada de bandas locales que comenzaban a ganar atención en los rincones del internet. Todas eran bandas de Surf Punk. Lo que yo llamo: “música de guitarrazo”. Bandas que eran conformadas por un grupo de amigos que un día cualquiera tomaron los instrumentos y fueron haciendo trayectoria en toquines de Hermosillo, Sonora. Señor Kino era la agrupación más popular de aquel montón de bandas, pues con tan solo un EP y un Álbum, ya poseían un puñado de canciones que los habían posicionado en el ruedo de la escena nacional, y que les alcanzó para tomar dos camionetas Van y lanzarse a una gira nacional acompañada por otras dos bandas: Los Diabólicos, y los Sgt. Papers. Es ahí que nació el Morres Tour.
Yo estoy seguro de que el destino me había mandado varias señales para advertirme de lo que se aproximaba; una señal vino en forma de un comentario que alguien puso en un videoclip de los Sgt. Papers que decía lo siguiente: “Con este álbum, me dan ganas de agarrarme a chingadazos con mi apá.” Aun así, no me importó esa primera advertencia, pues terminé comprando el boleto en un día lluvioso de febrero.
Track 2
El concierto iniciaría a las 9 de la noche, eran las 4 de la tarde y me fui a perder el tiempo al Centro Histórico. El hambre me acechaba y decidí pasar a comer a una fonda. Es ahí que el destino me mandó otra señal: un bistec del tercer tiempo que me cayó mal y tuve que visitar 4 baños públicos mientras seguía malgastando mí tiempo entre idas al sanitario. Luego, me llegó un mensaje de texto de mi entonces novia: <<Te veo en San Francisco a las 7, y de ahí nos vamos al concierto>>. San Pancho está a las orillas del primer cuadro del centro, así que tomé camino entre retorcijones.
El reloj marcaba las 6 de la tarde cuando llegué al punto de reunión, solo había dos opciones en las cuales podía malgastar una hora: una iglesia y una biblioteca pública. Rápidamente recordé que todavía no había cometido suficientes pecados como para entrar a una iglesia por iniciativa propia, así que me metí a husmear a la biblioteca pública que se encontraba al costado del lugar. Era una sala grande, de muros altos y pintada enteramente de blanco. Al fondo de la sala había una lectura de cuentos infantiles, habitado por niños ruidosos que se alimentaban de la desesperación de la cuentacuentos. Me aparté lo más que pude y busqué un libro. ¡Bingo! Encontré un pequeño libro ilustrado que hablaba sobre el universo. Me invadió la nostalgia, porque en la secundaria, en plena florescencia de mi ñoñez, Carl Sagan se había convertido en una de las personas que más admiraba. <<No te queda de otra, Roberto, este libro te lo tienes que robar>> me decía mi conciencia mala. Le di la razón. Volteé a todos lados, y en un pequeño lapso donde el guardia de la entrada le daba un enorme trago a su Coca-Cola, me metí el libro adentro de mi pantalón porque mi chamarra no tenía bolsillos. <<Bien, Roberto, eres un chingón>> me volvió a decir mi conciencia mala. Cuando me dirigí a la salida, mi ánimo se decayó al darme cuenta que ya había oscurecido. Chequé la hora: 7:40. Mierda, otra vez va a llegar tarde. Llamé:
-¿Bueno?
-Ya es tarde, ¿dónde vienes?
-Apenas vengo saliendo de mi casa.
-Ya no pases por mí. Yo me voy solo.
-Esper…
Colgué.
Entré en cólera. Siempre he detestado la impuntualidad de la gente, excepto si se trata de mí. Así que me abrí pasó a la calle más cercana y tomé un taxi rumbo al concierto.
Track 3
Cuando avisté mi destino, un frío me recorrió todo el cuerpo, tal vez, porque en ese momento mi estómago me estaba declarando la guerra por andar comiendo cosas de la calle, o simplemente, solo fue la impresión de ver una enorme fila que al igual que yo, esperaba con ansias el concierto. El lugar era el Beat 803, que por afuera daba la impresión de parecer una bodega de uso comercial, y que estaba en la parte más sin chiste de la ciudad, frente a un hospital y rodeado de edificios grisáceos y locales cualquieras. Ni siquiera un pinche Oxxo había.
Cuando iba a bajar del taxi, el conductor no quiso quedarse con la duda:
-Oiga, joven, ¿qué va a haber aquí?
-Creo que un concierto de marihuanos, lo bueno que yo no más vengo a visitar a un pariente al hospital.
-Váyase con cuidado, joven, que Dios lo acompañe.
Agradecí la ayuda espiritual del taxista, pero creo que por mentiroso, Dios no me quiso acompañar al concierto. Como cualquier mexicano, me formé en automático a la fila. Jamás me enojan las filas, siento que estas esperas me preparan para cuando tenga que ir a tramitar cualquier documentación burocrática en un futuro cercano. Me preparaban para tener paciencia.
Ya casi iban a dar las 9 de la noche, cuando entre la multitud de personas, apareció mí entonces novia; traía esa cara que siempre ponía para disculparse. Evité el enojo porque mi atención estaba centrada en la batalla que sucedida en mi estómago.
¿Te sientes mal? –Me preguntó.- Te ves un poco pálido.
-Sí, pero con una chela se me quita.
En punto de las 9, comenzó el acceso. Cuando pasamos, el guardia me revisó: tocó hombros, espalda, piernas y juraría que me toco las nalgas, y como lo esperaba: pasé limpio.
-Te apuesto que muchos se pusieron su mota entre los huevos- le dije a mi acompañante mientras nos metíamos al agujero negro del Beat 803.
El interior estaba decente. Al costado izquierdo estaba el escenario, que era muy pequeño, pero al menos este lugar si tenía escenario, y a un lado, un pequeño bar. Al centro, un espacio libre donde minutos más tarde una horda de imbéciles (entre ellos, yo) se retorcerían, bailarían y gritarían cuando comenzaran las primeras notas de cualquier canción. De lado derecho, había unos pequeños palcos con mesas que nadie ocuparía hasta terminar el concierto.
Todavía no había entrado toda la gente, pero ya se pronosticaba que esto iba a estar abarrotado, así que antes de que me quedara atrapado, quería ir al baño a hacer las paces con mis entrañas.
-Ahorita vengo, voy por una cerveza- mentí.
Haciendo zigzag entre la gente, me fui a los baños. <<Date prisa, pendejo>> me decía yo mismo. Pero para mí desgracia, no encontraba los malditos baños. Creo que estaba comenzando a entrar en pánico y alguien se percató de eso.
-¿Te sientes bien, amigo?- me preguntó un desconocido.
-Solo dime donde carajo están los baños- supliqué.
-Sigue aquel pasillo…
Caminé con desesperación. Al llegar, sentí como si alguien me hubiera dado un gancho al hígado. Cuando abrí la puerta del baño, me topé con lo que ya venía sospechando. ¿Recuerdan aquella escena en Trainspotting donde Renton visita el peor retrete de Escocia? Yo estaba recreando esa escena. Enfrente de mi tenia al peor retrete de Puebla. Un escusado que alguna vez fue blanco, pero que ahora además de cambiar de color, tenía agua estancada y papel sanitario adornándolo. A diferencia de Renton, yo reconsideré si en verdad quería poner mis nalgas en aquella pesadilla de porcelana. Quiero creer que mi culo y mis intestinos se compadecieron de mí, porque las ganas de ir al baño desaparecieron. Salí huyendo de allí con destino al bar.
-¿Qué cerveza va a querer?
-Lager, por favor…
Track 4
Las luces estaban apagadas. El lugar estaba inundado por una inmensa marea de gente y, como si fueran barcos, las cervezas iban navegado entre las olas de muchos pares de brazos. Todos estábamos hambrientos de música, los gritos y los pocos celulares grabando eran prueba de ello. Estábamos esperando a que saliera la primera banda, pero antes de eso, algún encargado del sonido puso rolas de Los Blenders para que el público fuera calentando las gargantas al grito de: “Ha… sido, ha-ha… ha-ha sido, he…oh-oh, he… oh-oh-oh…” No había duda… En este lugar, la pieza fundamental éramos nosotros: el público.
Pasados algunos minutos, la primera banda salió, eran Los Diabólicos. Sin más rodeos, dieron inicio a la euforia con Esfera de Cristal, una canción con un bajo de gran calibre que comenzó a prender los ánimos y los aplausos coordinados. Siguieron con Mal gusto, y le seguiría Tierra, cuya letra habla sobre un viaje psicodélico con el que muchos nos identificaríamos, a pesar de que la letra dice cosas tan vagas. Pero si hubo un punto alto en su presentación, fue cuando comenzó Muerte y Destrucción, que dio inicio al Slam en el centro de la pista mientras los riff agresivos de la guitarra le hacía honor al título de la canción, y cuyo coro era una calca de lo que todos pensábamos en ese instante: “Muerte… Destrucción… ¿Por qué no puedo pensar en otra cosa?” Tras un pequeño interludio, el bajo le dio la bienvenida a Tío Punk y todos al unísono hacíamos retumbaba el lugar. Después, siguió El Ataque de las Peludas, una sátira sobre las feministas radicales; un tema tan políticamente incorrecto que te saca una carcajada picara. Al final, cerraron con Ya Nos Fuimos, con un ritmo que iba creciendo progresivamente y que desembocaba en lo que esto se estaba convirtiendo: una locura.
Cuando Los Diabólicos desocuparon el escenario, muchos dimos una gran bocanada de aire y de humo de cigarro. No dudé en pedir otra cerveza, esta ocasión ameritaba ponerse astralmente pedo. Algunas luces comenzaban a delatar caras sudorosas y comisuras de bocas que retrataban felicidad; todos estábamos demasiado excitados. De repente, rápidamente salieron los Sgt. Papers, que eran conformados por un par de hermanos y un baterista postizo. Fue cuando recordé aquel comentario en su videoclip, que caí en cuenta de que esto iba a explotar, y que quien encendió la mecha fue el vocalista al saludarnos con un: “¿Cómo están, hijos del alcohol?” Sujetó su guitarra y todo se fue al carajo.
Uno no le pide a este tipo de música una obra maestra, o genialidades complejas para la ñoñez intelectual. Lo único que le pides es descontrol total y letras corrosivas donde puedas expulsar toda la cagada que soportas en tu vida diaria, y los Sgt. Papers son profesionales en eso.
Las baquetas dieron la señal y comenzó Venganza, una travesía de casi 10 minutos dividida en tres partes; la primera era una melodía que parecía tropezarse, y que era acompañada por una guitarra robusta que daba señales de querer desatarse; después, la segunda parte era una guitarra completamente enardecida que devoraba todos los oídos a su paso y que entre ese ruido trepidante, había unos coros que decían: “Venganza… Venganza…” que parecían voces espectrales sacadas de un mal viaje en Salvia. La última parte no parecía ser una canción agonizando; al contrario, apretaron más los pedales y la colmena de gente que los estaba observando se quedó impactada cuando la canción terminó de golpe. Tras este huracán de sonidos, los Sgt. Papers nos dejaron de manifiesto a quienes teníamos enfrente. Fue como retarnos para ver quien hacía más desmadre. Terminamos aceptando la provocación.
Tras un breve descanso donde el vocalista refresco la garganta, una corta Fuiste Tú volvió a prender los ánimos de destrucción. Entonces llegó el momento más recordado del concierto, donde cuatro baquetazos le dieron nacimiento a Pank, cuya letra tan poética nos pusieron los nervios de punta cuando escuchamos: “Te apesta el culo a Mazapán, Mazapán…” En medio del caos absoluto, un integrante del Staff que, poseído por el desorden de afuera, salió al escenario sin playera y se aventó al público sin avisar; lo que no sabía, es que aquí en Puebla no somos los mejores atrapando personas en el aire, así que cayó en seco al piso sin que nadie le tomara la mínima atención. Cuando el enjambre de personas estaba desatado en el punto más alto de la canción, mi entonces novia gritó porque alguien le estaba jalando el cabello; cuando volteé para dar el primer puñetazo, me detuve al darme cuenta que quien le jalaba las greñas era una chica con cara de desquiciada, a quien solamente le faltaba un flagelo en la otra mano para que yo la tachara de psicópata sexual. No hizo falta la violencia, pues comprendía que todos ya no éramos nosotros mismos; la música nos había convertido en abominaciones. Solucioné el problema dándole un fuerte empujón a la psicótica, quien no dudó en gritarme mientras se alejaba de nosotros.
Cuando Pank murió, todos estábamos pulverizados, pero no nos íbamos a flaquear frente a tres charlatanes del norte. Así que recuperamos nuestras últimas fuerzas en los pulmones cuando la banda nos disparó ¡Hey Ya! y cerró su setlist con Open D. Los despedimos con una gran oleada de voces roncas. Habíamos sobrevivido a los Sgt. Papers. Ganamos el round.
Track 5
En lo personal, no tengo nada en contra de Señor Kino, pero después de lo que habíamos pasado con Los Diabólicos y los Sgt. Papers, era un poco irónico que las bandas abridoras le hayan dejado “la vara muy alta” a la banda estelar. Y es ahí que vino el problema. Desde que iniciaron con Elesdí, las cosas empezaron mal; no sé si era por su sonido inundado en sintetizadores, o porque salieron a tocar con flojera. Ni siquiera sus éxitos se salvaron. Cuando tocaron Portal de Colores, Limonada Rosa y Señorita Hernández, la mitad del tiempo el vocalista se la pasó haciéndole señas a los encargados del audio, tal vez para que les ayudaran a sonar un poco mejor, o simplemente quería que nos diéramos cuenta que la culpa de que sonaran tan mal en vivo, era de los encargados del audio.
Para mí, su presentación pasó sin pena ni gloria. Todo el público parecía sedado, y a más de uno ya se le notaba la flojera. Luego, la bajista lanzó consignas progres; no es que esté en contra de eso, pero al parecer no se había dado cuenta de en qué lugar las estaba diciendo. Un llamado a la paz y a la hermandad no servía en un concierto donde había baños horribles, y gente alcoholizada y golpeada. Lo bueno es que se despidieron con Niña Oh y dimos fin al Morres Tour.
Bonus Track
Eran las dos de la mañana, me encontraba a las afueras del Beat 803 sentado en la banqueta, esperando a que mi hermano viniera por mí y me salvara de la fría madrugada. Por alguna casualidad, el vocalista de Señor Kino andaba enfrente de nosotros. Mi entonces novia no perdió tiempo en pedirle una foto, y yo no perdí tiempo en preguntarle porque sonaron tan feo. Cualquier otro artista se hubiera ofendido, pero este fue buena persona y me dijo que los encargados del sonido estaban bien pendejos. Le di la razón en ese momento, hasta que días después vi en YouTube otra de sus presentaciones y constaté que efectivamente: siempre han tocado horrible.
De camino a casa, mis entrañas rompieron la tregua conmigo. Días más tarde un doctor me diagnosticó una infección estomacal horripilante, así que me la pasé encerrado en el baño de mi casa. Tuve tiempo para pensar en algunas cosas. Recordé que constantemente me enojaba que mi generación se autodenominara “punk”, si al primer chispazo de emoción en sus vidas lo primero que hacen es grabarlo con su estúpido celular. Pero aquella noche del concierto, vi a una generación viva, hostil y salvaje, con ganas de destruir todo. Esa noche, todos portábamos un espíritu punk.
Visita número 223
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