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La sociedad uruguaya bajo la lupa de la Inteligencia privada

Por: Amón II

En los últimos cinco años ha quedado demostrado, como nunca antes, que no está de más recordar que cuando los pueblos, o las organizaciones que los representan, toman decisiones que los conducen por caminos equivocados lejos de beneficiarse acaban sufriendo las consecuencias de tales errores. Por esas inconsecuencias de aparentes mayorías, existe un Jair Bolsonaro gobernando en Brasil y un Mauricio Macri como ex presidente de Argentina.

En tanto en Uruguay, el presidente Luis Lacalle Pou, encabeza una alianza derechista auto titulada Multicolor, que agrupa a su Partido Nacional, el Partido Colorado y Cabildo Abierto, que congrega a ex militares, y otras agrupaciones políticas menores, que logró, por escasos veinte mil votos, arrebatarle la victoria al Frente Amplio, luego de quince años de gobierno de esa fuerza política definida como progresista, democrática, popular, anti oligárquica y antimperialista ubicada a la izquierda del espectro político, según algunos politólogos, y calificada como socialdemócrata por otros analistas.

Talmente es como si los pueblos olvidaran a sus benefactores, y dejando de lado sus derechos desconozcan sus prerrogativas y permitan que sean pisoteadas sus libertades. Ante esa realidad, en ocasiones es bueno recordar temas ya tratados, volver a insistir acerca de ellos para resguardar el albedrío de los ciudadanos a decidir sobre su soberanía, ultrajada cuando una agencia de seguridad extranjera, y privada, opera en suelo nacional.

El tema no es nuevo, fue planteado por Fernando Amado, escritor, politólogo y diputado del Partido Colorado, al publicar, años atrás, su libro “Mandato de sangre. El poder de los judíos en Uruguay”. El libro, en uno de sus capítulos, expone la existencia y funcionamiento en Uruguay de un servicio secreto de seguridad e inteligencia, como parte integrante de la colectividad judía.

Irónicamente, “Bitajón”, nombre de esa agencia de seguridad privada, significa “Confianza”, patronímico no elegido al azar sino, evidentemente, con la finalidad de sugerir una conducta que “está por encima del raciocinio”.

Según dice Amado en su libro, ese servicio “paraestatal” y “clandestino”, en Uruguay funciona desde el nacimiento del Estado de Israel, por la simple razón de la “desconfianza de los judíos en las Fuerzas Armadas del Estado uruguayo, cuya misión ‘debería’ incluir la defensa de los judíos que son parte de la sociedad”. Algo llamativa tal aseveración, dado que si “Bitajón” coordina con el gobierno y tiene a su cargo la protección que necesite cualquier institución o familia judía que vive en Uruguay, es obvio preguntarse ¿qué hizo esa agencia de “seguridad e inteligencia”, para proteger a los muchos luchadores sociales de cuna judía perseguidos, encarcelados, torturados, asesinados y desaparecidos, durante la última dictadura cívico-militar que asoló el país por más de una década?

Ahora bien, esa desconfianza, generada por la “posible presencia de elementos antisemitas en el seno del aparato militar que pudiera afectarlos directamente como colectividad”, fue generada por fundamentos reales. Personalmente, en 1972, en el Batallón de Infantería No. 1, más conocido como Batallón Florida, en calidad de preso político conocí al entonces teniente Alberto Grignole, que no pasaba de ser un pusilánime matón y pandillero torturador, quien, haciendo gala de su pensamiento fascista y antisemita, comenzaba cada interrogatorio, aunque en la ficha constara que se apellidaba Rodríguez, preguntándole al detenido si sus apellidos eran de origen judío.

Aparentemente, Bitajon “nada tiene que ver con el Mossad” (el Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales de Israel) afirmó en el libro el líder del sector independiente de centro-izquierda Unión de Izquierda Republicana, UNIR, que en 2019 abandonó el Partido Colorado para integrar el Frente Amplio. Pero, coincidentemente, tras el atentado que sufrió la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en Buenos Aires, en julio de 1994, el cual arrojó 85 muertos y más de trescientos heridos, “las autoridades de la colectividad judía decidieron ‘blanquear’ su situación con las autoridades nacionales”.

Este hecho, más que constituir un acto de legalidad formaliza una acción totalmente inadmisible desde el punto de vista jurídico, político e ideológico para el Estado uruguayo, supuestamente democrático y soberano, y supervisor de las estructuras militares del país. Tanto es así que, ¿quién puede asegurar que la Inteligencia privada de Bitajón no examina con su lupa a toda la sociedad uruguaya?

Como bien decíamos al inicio, nunca está de más recordar y por eso es pertinente mencionar aquí que en septiembre de 1973, cuando el general Augusto Pinochet encabezó el golpe de estado contra el gobierno, elegido democráticamente, de Salvador Allende, existía en Chile la llamada Colonia Dignidad. Este asentamiento de colonos alemanes, fundado en 1961 por el ex miembro de las Juventudes Hitlerianas, Paul Schäfer, años después rebautizado como Villa Baviera, que, seguramente, tuvo su seguridad e inteligencia privada, de inmediato apoyó el golpe de estado fascista y prestó sus instalaciones para que en ellas funcionara un centro de detención y torturas, y sus integrantes desarrollaron, además, tareas de vigilancia y represión de muchos chilenos que resistían la sangrienta dictadura militar.

El único lugar del mundo donde no existe Bitajon es Estados Unidos, porque la comunidad judía confía “ciegamente” en los servicios de seguridad de ese país, y que, seriamente cuestionados desde el once de septiembre de 2001, siempre ha dedicado gran parte de su presupuesto a la vigilancia y sometimiento de los ciudadanos de otros países que desarrollan actividades contrarias a sus intereses injerencistas.

El tema, planteado por el escritor al lanzar su libro en 2012, a pesar de su gravedad fue por poco, absolutamente, ignorado por las máximas instancias políticas uruguayas, incluso por la casi totalidad de la población que desconoce, en realidad, el verdadero accionar de “Bitajón”, aparentemente alejado del control estatal que una sociedad democrática debe ejercer sobre las estructuras militares existentes en el país.

Sin pecar de antisemita, no es ocioso recordar que en las últimas décadas instructores y armamento suministrados por el Estado de Israel han servido de apoyo a diversas dictaduras rioplatenses y centroamericanas, al igual que apoyaron al gobierno racista del apartheid sudafricano. Ante tal comportamiento en la arena internacional del Estado judío, ¿quién puede asegurar que “Bitajón” no esté siendo dirigido por algún yahalomin”, o un “katsa”?

Hombres catalogados bajo esas denominaciones como “miembro de un equipo, o agente del Mossad”, respectivamente, pueden haber penetrado “Bitajon” y estar, al menos, recopilando esa inteligencia, para una vez traducida al hebreo desviarla hacia Tel Aviv.

Si alarmante es la existencia de una organización paramilitar, más preocupante es la impunidad con que actúa, al punto de que un alto dirigente de la colectividad judía explicó al autor del libro: ‘Nosotros pintamos, sacamos fotos, hacemos seguimientos, (…) pero también a veces tenemos que actuar. Hay cosas que son normales en la vida y escapan al ámbito policial y las arreglamos nosotros”. Y como si fuera poco agregó: “Bitajon es el encargado de armar operativos importantes de seguridad en los que colaboran tanto la Policía como personal del Ejército. Trabaja en coordinación con la Dirección de Inteligencia del Estado, la Policía, Bomberos y unidades especializadas del Ejército”.

Como cantera de reclutamiento, la agencia de seguridad privada, prioriza a los jóvenes judíos que integran la colectividad judía o los movimientos juveniles, donde la edad de sus integrantes oscila entre 17 y 19 años, y la mayoría de sus miembros viajó a Israel, donde recibió “instrucción especial”.

Esas edades, coinciden con las de los jóvenes israelíes, cuando son llamados al servicio militar obligatorio, momento de sus vidas en el que son descubiertas sus potencialidades y luego de un período de entrenamiento básico algunos son destinados a los diferentes órganos de inteligencia, donde aprenderán idiomas y a realizar análisis y conjeturas, pero ante todo se instruirán en como manipular, persuadir, engañar y amenazar, y bajo diversas identidades y camuflados como empresarios, escritores o vendedores, diseminados por el mundo se perfeccionarán en las distintas formas de matar.

Ari Ben Menashe, un hombre que sufrió los rigores de una cárcel neoyorquina después de caer en desgracia como coordinador de inteligencia para el primer ministro israelí, Yitzhak Shamir, dijo en una oportunidad: “Hace tiempo aprendí que nada de lo que escucho es desechable”.

Dicen los entendidos que, a saber, son tres las formas de reclutar a un espía. Por vocación, o ideología, reclutamiento totalmente voluntario por coincidencias doctrinales con el agente reclutador, con quien mediante la práctica y un conjunto de técnicas asociadas se obtendrá, de manera encubierta, información confidencial. Por dinero, donde media un pago monetario por el servicio, o la información entregada, es otra de las formas de ejercer el espionaje. Por último, también se puede llegar a convertirse en espía bajo coacción, o chantaje, donde el agente más que un informador es una víctima utilizada que revela secretos por temor, sometido con amenazas. Por lo tanto, nuevamente, es lícito preguntarse, ¿están exentos los jóvenes uruguayos, identificados por “Bitajon”, de ser incitados por un agente foráneo a integrar una inteligencia extranjera? Parece ser lógico pensar que la inteligencia israelí, emulando con “Bitajon”, pueda no desechar esa gran cantera de reclutamiento que constituye la colectividad judía uruguaya, y que de forma tan inescrupulosa se sugiere por concordia de “Bitajon” y las autoridades nacionales

En realidad, desde antes de la Guerra Fría, el espionaje ha sido practicado, fundamentalmente, por las grandes potencias, y luego por algunos pequeños países subdesarrollados que se han visto obligados ante el hostigamiento del coloso norteño. Pero lo que jamás se ha visto en el mundo es que, una agencia de seguridad e inteligencia privada, bajo sospecha de estar unida a un Estado, al menos por lazos religiosos, actúe impunemente al filo de la ley, suplantando en ocasiones, según confesión de uno de sus altos dirigentes, a la institución policial, única responsabilizada oficialmente de investigar y combatir cualquier delito. Es realmente asombroso, como los políticos uruguayos, sin siquiera objetar la presencia de una agencia de inteligencia privada, fuera del control del Estado, han dejado sentar el precedente de que, en un futuro, cualquier otra colectividad asentada en el país pretenda imitar el ejemplo de la comunidad judía, más allá de que sus integrantes, aparentemente, sean nacionales, y quiera crear su propia agencia de seguridad e inteligencia. Esperemos que en algún momento este tema, de la presencia de una agencia de seguridad e inteligencia privada, exclusiva de una colectividad y que funciona como una organización paramilitar, y sus riesgos para una sociedad democrática se convierta para la clase política en un asunto a tratar con urgente consideración.

** Nota de la editorial:
Sobre el libro citado  en el presente texto, “Mandato de sangre” del autor Fernando Amado véase la entrevista:

 

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