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A 14 años del 14 de junio. Carta a una generación de maestras y maestros oaxaqueños.

Estaba germinando dentro de mi madre cuando recibió la noticia de que ella y mi padre, habían pasado el examen de admisión para la Escuela Normal Superior, y que los solicitaban urgentemente en la ciudad de Oaxaca.

Ocurrió a finales del 88 o principios del 89; dando lugar a una serie de movilizaciones, marchas, protestas y reuniones con el gobierno porque al no contar con una Normal Superior federal en el estado, ellos y sus compañeros, prácticamente perderían el derecho a continuar con sus estudios.

La Escuela Normal Superior de México (ENSM) representaba la única aspiración para continuar pero no era opción para los jóvenes oaxaqueños por los gastos que implicaba estudiar fuera del estado y por los cercos que el gobierno puso ante el temor que las ideas de la recién conformada CNTE pudiera sembrar en los futuros profesores. Desde 1983 el Gobierno Federal  había autorizado la creación de subsedes en los estados de Sonora, Campeche, Michoacán, Aguascalientes, Querétaro y Veracruz; quizá como un intento de descentralizar el normalismo superior y en cuyo caso los maestros oaxaqueños no eran aceptados ni contemplados.

Anularles el mérito provocó, como bien nos imaginamos, una exigencia de tener su propia normal en Oaxaca. Tras la negociación y movilización de esos días, todos los aspirantes lograron quedarse en la sede de Puebla, que era la más cercana. El proceso, como todas las luchas por acceso a la educación gratuita, fue desgastante, muchos de sus compañeros desilusionados por el cansancio físico, psicológico y sobre todo económico, desistieron y abandonaron la lucha. Los que permanecieron, lograron la inclusión de quienes quisieran conformar los grupos y aceptar irse por ese único año a ciudad de Puebla, aun cuando no hubieran aprobado el examen. Gracias a la presión de los estudiantes se obtuvo una beca de transporte de ida y vuelta y un bono para apoyarse en los estudios.

Así, salimos en caravana (yo dentro de ella) en tres autobuses, aquella noche rumbo a Puebla, a tratar de ganar la Escuela Normal Superior Federal para nuestro estado.

Así como mis padres, miles de maestros Oaxaqueños son responsables y partícipes de una generación que dio continuidad y consolidó el Movimiento Democrático de los Trabajadores de la Educación de Oaxaca (MDTEO). Son ellos, también, quienes contribuyeron a la batalla intelectual, física y moral que preparó el terreno de un movimiento tan impactante como lo fue el de Oaxaca en 2006.

Crecí entre plantones. Como muchas otras maestras, mi madre me trajo entre campamentos, lonas, cartones, no por gusto sino porque las condiciones laborales de los maestros (más de las maestras) siempre han sido precarias. Me acostumbré a las pláticas politizadas y románticas manifestaciones de revolución con guitarra en mano. Veía fuera de clase a mis propios maestros. Fui afortunada porque a esa edad jamás me tocó un desalojo como el que muchas maestras con sus hijos e hijas tuvieron que vivir aquel 14 de junio.

A esa generación de maestros rurales que lucharon por la creación de la Escuela Normal Superior Federal de Oaxaca (ENSFO) también les tocó junto con organizaciones sociales y demás simpatizantes al movimiento, dar batalla a la represión orquestada por el entonces Gobernador de Oaxaca Ulises Ruiz.

Fueron sorprendidos los manifestantes, aunque nada hay de sorpresa en los ataques brutales del Estado, poco antes de las 4am del 14 de junio del 2006. Para las 7am el zócalo había sido recuperado por mucha gente que, sin ser del gremio, se sumó a la protesta. Una diferencia sustancial de este plantón al de los años anteriores es, sin duda, el papel que la Radio jugó en la contienda.

Si bien Radio Plantón figuró como blanco del ataque en el primer cuadro del Zócalo, la respuesta de los estudiantes fue inmediata al tomar Radio Universidad; y en días posteriores ya se contaba con tres estaciones de radio del mismo movimiento y un canal de televisión oficial. Tras el ataque a las antenas del canal nueve, la madrugada del 21 de agosto, donde el transmisor es destruido a balazos, se toman 12 estaciones comerciales de radio.

Resulta evidente, para ese momento del conflicto la necesidad de un medio masivo que amplificara las voces; la radio como una forma de defenderse y salvar vidas. Hay mucho que decir acerca de esto; de cómo la frecuencia del 92.1 fm fue un cerco mediático para contrarrestar las caravanas de la muerte y fortalecer los cientos de barricadas que cada noche daban luz a la ciudad; de lo que se ha construido a partir de los movimientos como el de 2006 en Oaxaca, de lo que en 2016 ocurrió en Nochixtlan y de todos los demás procesos que nos tocarán vivir, quizá ya no de manera frontal sino como parte de una historia, a través de la sangre y conciencia renovadas de las y los que vienen.

Muchas historias rondan los recuerdos alrededor de fuego de ese tiempo. Muchos ojos para condenarle al Estado sus falacias. Mucho dolor también. Muchas canciones, poemas y relatos. Y es que no hay una única forma de contar lo que ocurrió; no podría una sola persona, maestro o maestra en particular, una sola voz decir lo que ha pasado. Esa narrativa histórica la dan los pueblos de Oaxaca y la siguen dando a través de la frecuencia libre de Radio plantón.

Es pertinente decir en este punto, a manera de metáfora y no, que la generación de mis padres y las anteriores cedieron la batuta a una generación como la mía que debía tomar los medios para no morir en el silencio. Con tristeza veo los cierres lapidarios de la Historia. veo esquelas despidiendo también una generación de profesores que les tocó la lucha por su educación pública, por la democratización de su movimiento; por la dignidad de las demandas sociales de los pueblos de Oaxaca y finalmente por el devenir infeccioso de un virus que colapsa gracias a esos huecos, a esas luchas que no hemos sabido dar, o que nos falta construir para ofrecer despedidas dignas a esos compañeros y compañeras que forjaron su moral y sus principios con el trabajo cotidiano, dentro y fuera de las aulas. Hablo de profesoras y profesores porque de ahí vengo, pero es bien sabido que en Oaxaca la resistencia la construimos todas y todos.

Me despido recordando la atemporalidad de los plantones oaxaqueños, veo mis pies de niña entre mecates y cartones, luces filtradas entre los techos improvisados para una lluvia más que prevista en esos días de huelga, donde el clima no da tregua. Tampoco los años y yo regresando a este tiempo agacho la cabeza de golpe porque a mi edad, ahora, ya me toca esquivar las pancartas y los mecates de cualquier campamento.

Que estás palabras, a modo de carta, lleguen por la frecuencia libre de la conciencia a esos maestros que, como mi madre, ya no están pero permanecen en la zona de fuego de los grandes movimientos; a esas maestras y maestros que están también físicamente, como mi padre y que han resistido a las duras batallas de su tiempo y ahora, también a la difícil realidad de una salud pública que en lugar de cobijarlos por su trabajo digno y constante, los condiciona.

Creo, queridas y queridos maestros, que su mayor cualidad ha sido enseñarnos a construir y materializar la esperanza.

Brenda Contreras Cruz

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14 de junio no se olvida
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