EnsayoLetras

A patadas

Por Roberto Muñoz

─Me están cortando las esposas─. Le dije al oficial.

Volteó a verme, y con una mirada de altanería me responde:

─Ya te dijimos, cabrón, antes de llegar al boulevard, nos repartimos los 5,000 que te robaste y te dejamos.

Se me había olvidado decirles que no me había robado ningún dinero, sino un tanque de gas y una bicicleta. Fue cuando me estaban subiendo a la patrulla, que algunos vecinos me empezaron a adjudicar otros delitos de los que ni yo me había enterado, entre ellos, la de los 5,000 pesos.

Estaba incomodo, con un hormigueo en las manos, y también ya estaba algo aburrido; a la espera de mi liberación. No me quedó más que mirar por la ventana, el paisaje ya me lo sabía de memoria: el mercado, la farmacia, unos departamentos, un bar clandestino al que iba seguido. Como lo pronosticaba, la patrulla pasó a lado de un lugar que conocía perfectamente: “RESIDENCIAL VILLAREAL”.

No pude evitar recordar años anteriores, cuando mi madre trabajaba ahí. De chamaco siempre me llamaron la atención algunas cosas de ese lugar. Empezando por su manía de pintar siempre las casas de blanco. En la primaria, la maestra me dijo que el blanco era porque aquellas personas lo relacionaban con la limpieza y la pureza.

¿Entonces toda mi colonia siempre será tachada de mugrosa? Entonces ¿no importa cuánto barran sus casas las señoras, ni que tanto nos conozcan; siempre nos tacharan de mugrosos? ─. Le respondí. La maestra ya no me dijo nada.

La otra ocurrió en el taller de Don Braulio; yo tenía 7 años, y mientras aprendía a soldar, le conté sobre lo que oí la noche anterior:

─Anoche escuché a la mujer de blanco. Mis hermanos y yo nos pusimos pálidos. ¿Usted también la escuchó?

─Sí, también la escuché. Agarra bien el cautín.

─ ¿Sabe qué es lo raro?

─ ¿Qué?

─ La semana pasada fui al trabajo de mi madre, cuando ya nos íbamos su patrona le dijo que antes de irse les preparara algo de cenar. Yo tenía mucho miedo, ya era bien tarde, y al salir de esa casa se nos podría aparecer la mujer de blanco. Me puse blanco, blanco. Todos me preguntaron porque andaba así, y no me quedó más remedio que explicarles. Luego me sentí incomodo, pues me miraban atentos, como si estuviera dando un espectáculo. Cuando terminé de contarles, la señora me dijo: “No te preocupes, aquí nadie espanta”. Y la verdad no sé si creerle, Don Braulio.

Don Braulio se quedó pensando un momento, dejó de martillar, me vio, y en un tono serio me dijo:

─ Mira, Carlitos, esa señora dice la verdad. El día que la mujer de blanco se vaya a penar allá, no dudo que la señora mande a los de seguridad a que la saquen a patadas.

Don Braulio tenía razón, esta gente…

­─ Ya llegamos, ahora sí, nos das el varo y después a la chingada─. Me gritó el policía, mientras detenía la patrulla arriba del camellón.

Bueno, después termino de contar la historia, porque ahora debo de pensar en cómo decirles que no tengo ni en donde caerme muerto.

 

 

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