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Epitafio de agradecimiento al Padre Gustavo Rodríguez

No sabemos lo valioso que es alguien para todos,
hasta que debe ser enterrado.

Puede ser que nunca sepamos la real dimensión de tu muerte.

¿Eres ahora un héroe latinoamericano?
¿Un Ché católico?
¿Un apóstol moderno de Jesús?
Nadie lo sabe.
Lo cierto es que eso nunca te preocupó.

Lo que te preocupaba, eso sí,
era no dejarnos nunca:
desolados,
desamparados,
ni desahuciados.
Nuestro abandono mundano
era tu pan de cada día.
Siempre te preocupó ser el mejor familiar del mundo.

Algo así como el tío que siempre está,
el hermano que siempre sufre contigo,
la mamá que siempre procura un abrazo,
el primo que siempre pregunta por todos;
y todos los rostros que con la misma sangre
o con otra, comparten el mismo corazón
en la hora decisiva de enfrentarse a los grandes problemas cotidianos.

Y ahí sí que notamos todos cuánta falta nos haces ya.

Todos los desamparados
asistimos al velorio de nuestro familiar más querido.
– ¿A quién velamos?
preguntan los más chicos y los más lejanos.
– No lo conociste, pero nos quiso mucho. Cuando más necesitaba de alguien él era el primero en llegar.

Y desde su ataúd,
la marca de luz del padre Gustavo
sigue igualita que cuando lo conocimos.
(A lo mejor nunca ha tenido otra) La luz de las gracias.

Sucede que todavía ni se había presentado
y ya te ofrecía algo vital que sabía que necesitabas:
un pan
un abrigo
un consejo
millones de ánimos.
Y uno
ya le había dado las gracias antes de saber su nombre

¿Qué hacemos con este dolor de velarte Padre Gustavo?
Tú que creías en los milagros de Dios y creías también en la fe humana
Supongo que nos dirías algo como:
– Cuando se acuerden de mí, agradezcan a Dios por permitirnos compartir el tiempo.

Pero, sin espacio a suposiciones,
hasta los más ateos no pueden ocultar sus ganas
de agradecer con todo el corazón a Dios -o al Universo, o a alguien-
por haberte puesto entre nosotros.

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